Desde el día que vi a los muchachos con sus escudos, en las protestas de estos dolorosos meses de abril y mayo, me acompaña por los cuatro costados una frase de la canción venezolana Fúlgida luna, pues no se me quitan del pensamiento ni se me apartan del corazón. Espero poder dormir mejor y descansar de la luna fúlgida, ahora que los he podido abrazar en la poesía.
Así comencé, el 12 de mayo, a la medianoche, el poema Escuderos. Desde entonces han pasado dos meses. Desde entonces la cifra de muertos pasa de cien. Desde entonces los heridos en alma y cuerpo se cuentan por centenas. Desde entonces la represión se ha tornado más y más cruenta. Desde entonces las torturas son cada día más despiadadas. Desde entonces los presos se han multiplicado por docenas.
Desde entonces los escuderos se han transformado en un movimiento social de resistencia que hay analizar con la cabeza fría, así nos produzca una jaqueca descomunal. Con un promedio de dieciocho años estos muchachos no conocen otro gobierno que este régimen perverso y pervertido. Han crecido viendo y viviendo el deslave de un país en un desmoronamiento ético que les ha truncado el futuro. Sus hogares padecen la escasez extrema de alimentos y medicinas, la plata no alcanza. Están sometidos, desde hace ya tiempo, al toque de queda impuesto por el hampa. Han asistido a entierros de los suyos, asesinados por un par de zapatos o un celular. Han recorrido sollozantes el piso de Cruz Diez para dar la despedida a un amigo, a un familiar. Sus centros de estudios no tienen agua, luz, laboratorios, bibliotecas y, a veces, ni docentes.
Sus frustraciones encontraron en la resistencia el grito para protestar por el derecho a la justicia, la paz, la libertad y la democracia. Se cansaron de las mentiras y las palabras huecas. No quieren ser pueblo, quieren ser ciudadanos. ¿Tienen o no razón?
La violencia se ha vuelto incontrolable. Los escuderos, mis escuderos, nuestros escuderos, son carne de cañón, escudo de primera línea. Con la consigna Soy libertador, se lanzan desarmados hacia las tanquetas, las balas, los perdigones, las bombas y la imperdonable saña de uniformados y paramilitares. Los grupos de escuderos se multiplican. Ahora son muchachos, muchachas e infantes que buscan remediar su desventura participando en una epopeya sin precedentes. Se organizan, los organizan. Los alimentan, los auxilian, los bendicen, los aúpan.
Cada escudero que sale a la calle se despide -en su casa- con la incertidumbre de si volverá o no a ella. Mientras más crece la lista de los caídos más lejos está el miedo. Y cada escudero que cae es un hijo que muere. Cada escudero herido guardará en su corazón cicatrices que la rabia no dejará sanar. Cada escudero es un sacrificio de sangre por lo que no hemos sabido hacer con nuestro país.
Yo sí tengo miedo por ellos. Miedo de que lo que les suceda y miedo de lo que les sucederá cuando los escudos no sean más que recuerdos. ¿Cómo vamos a reconducir esta energía volcánica cuando todo haya pasado?
Convoco a todos los que han sentido, ante los escuderos, un nudo en la garganta, bien sea de emoción o de llanto. Los invito a adoptar uno, dos, tres o más escuderos para escucharlos, para acompañarlos en el periplo de la reconstrucción, para exorcizar la venganza, la revancha y la retaliación, para compartir el difícil trance del perdón y entender que la compasión no significa desdeñar la justicia.
Escuderos
Ahí están los escuderos
templarios del veintiuno
con sus escudos de cartón
con sus escudos de madera
con sus escudos de latón
ahí están.
Con sus tapas de pipotes como escudos
con sus pedazos de puertas como escudos
con sus restos de ventanas como escudos
ahí están.
Con sus símbolos del día como escudo
en cruces y pinturas
ahí están.
Con sus símbolos de la medianoche como escudo
en trazos y dibujos
ahí están.
Con su rebeldía adolescente como escudo
con su coraje veinteañero como escudo
ahí están.
Con sus consignas airadas como escudo
con su sagrada irreverencia como escudo
ahí están.
Están ahí los escuderos que rescatan la palabra patria
Con sus bluyines y franelas sudadas
con sus torsos desnudos
con el trofeo de sus cicatrices
están ahí.
Con las huellas de los perdigones
con su piel chamuscada
con lágrimas blancas en sus rostros
están ahí.
Con sus caretas de carnavales a destiempo
con sus máscaras de plástico y cordeles
con bandanas y trapos de beduinos
están ahí.
Con dislocados guantes de jardín
con sus enormes lentes de buceo
con sus gorras puestas al revés
están ahí.
Con sus cascos endebles
con banderas convertidas en capas
con capas convertidas en banderas
están ahí.
Los escuderos llevan un morral de ilusiones
Allí dentro se agolpan:
La botellita de agua y las galletas
bicarbonato y soda
un cuaderno de apuntes
un bolígrafo negro
el celular con mensajes candentes
un pendrive con sus fotos
unos cuantos billetes
y la cédula, porsia…
Palpitan al unísono:
la bendición materna
la oración de la abuela
los besos de la novia
el ideal de país
y los abrazos de los que se fueron.
Los escuderos avanzan
recogen semillas en todos los rincones
y siembran primaveras por donde van pasando.
Los escuderos avanzan
comparten la energía del escudo vecino
y el miedo de los que están al frente.
Los escuderos avanzan
los sacude el grito de los que van cayendo
y el llanto de impotencia de los que están detrás.
Los escuderos avanzan
escupen los aullidos de la rabia
y exorcizan el humo de las bombas
para encontrar las huellas de la compasión.
Los escuderos avanzan.
Los músicos aúpan el coraje
marcan el ritmo de inmortales armas:
un violín se hace himno en el silencio
un cuatro entona un golpe a la conciencia
una trompeta vuelve sol las tinieblas
y un chelo ofrenda un aria al sufrimiento.
Los escuderos tienen sus paladines
van en la retaguardia:
son niños
son hijos de la calle
descalzos, harapientos
solitarios, famélicos
tristes y somnolientos
Los escuderos son caballeros de su libertad
Tienen su misma sed
la de justicia
Tienen su misma hambre
la del futuro
Algo les dice que el corazón sí existe.
Los escuderos se escudan de pasiones perversas
su espada es protesta y resistencia
y sus escudos quieren lucir la paz de las estrellas
Los escuderos desafían a la muerte posible
mientras recuerdan los rezos de su infancia
y convocan una vida posible.