Si desde sus inicios al homo sapiens le resultó difícil explicarse el mundo que lo rodeaba, cuándo adquirió conciencia de ello, imaginemos cómo es la situación actual. Pese a la simplicidad aparente de aquella realidad, la complejidad de la que vivimos no es menos angustiante. Todos somos hermenéuticos.
De eso se trata. Entendida la hermenéutica en sus términos elementales como arte de interpretar y explicar los textos, se asoció originalmente a la experiencia de interpretar la Biblia. Cobró auge con la Filosofía hasta llegar, hoy, en plano de la Ciencia, a estudiarse desde el estatuto de la Teoría de la Verdad. Que cada quien tenga su propia verdad y procure imponerla como sea no debe resultar extraño.
Que el paso de la ignorancia al conocimiento revele progreso ante la barbarie gracias a la Ciencia, es un axioma cuya veracidad no es absolutamente cierta. Tampoco lo es, que la Paz en la Tierra como en el Cielo, anime a los hombres – y mujeres- de buena voluntad para cultivar la no violencia. Después de siglos, los resultados lo tornan relativo. Giordano Bruno, quemado en la hoguera de la Santa Inquisición, es poco recordado en el martirologio científico.
Verdades que no son tales se construyen en nombre de la libertad y la democracia. En las llamas de la violencia van quedando las cenizas de la Paz. Arden cuerpos, bienes y árboles. Ciudades destruidas. En la búsqueda y para garantizar el Poder, se lee la realidad, se interpreta y trazan estrategias. Hay hermenéuticos de la política, la economía, lo social, y del derecho, entre otros.
Antes que se escribiese la primera Constitución el derecho a la rebelión se interpretó desde los textos bíblicos. Eso de consagrar en una Carta Magna tal derecho es un exceso de liberalismo poco comprensible. En nuestro caso, una hermenéutica integral incluye el artículo 350 y el 333, pero también el 337 y el 338. Invocados de manera parcial, maquiavélicamente, en una suerte de anuncio público de lo que será el escenario del próximo 30 de julio. Estado de rebelión contra el Estado de excepción. Derecho al sufragio contra el derecho a la protesta. Atisbos de una situación de confrontación que ya arroja 80 muertos. Sin lugar para hermenéuticas distintas, por más que en las redes se tejan verdades distintas.
Según uno de los postulados clásicos que promueven la Paz y la convivencia, la violencia es el arma de los que no tienen razón. De cara a nuestra realidad, ello significa que la irracionalidad está presente y focalizada en un sector de la población que ejecuta los actos vandálicos asociados al terrorismo y a la subversión del orden público. La oposición no lo interpreta así. No se deslinda.
Esa misma hermenéutica lineal y simplista de la realidad, en la referencia que hace el gobierno acerca de la guerra económica para justificar el desabastecimiento, igualmente requiere ser superada para entender que está perdiendo dicha guerra y, en consecuencia, propiciar una política diferente. Las lecturas continúas de los precios de los artículos y servicios de la canasta básica, por decir lo menos y que ya es significativo, no dejan lugar a dudas.
El “efecto boomerang” de una escalada de violencia resulta pernicioso para la salud de las instituciones y el clima de Paz en el cual los ciudadanos de un país pueden -razonablemente- aspirar a resolver sus diferencias mediante el diálogo.
