Me detuve en el tiempo para mirar el pasado. ¡Cuánto he recorrido! He visto tanto niño que ahora es anciano. Cambié pañales a mis sobrinos hoy sesentones y a otros que ya pasaron a la eternidad. Me deleité en el cine con actores que se pusieron viejos, vinieron otros jóvenes, envejecieron y a los siguientes les sucedió lo mismo, los últimos ya están maduros y los de ahora lozanos, no alcanzaré a verlos en su ocaso… creo yo. Decenas de años viendo pasar el mundo. De la pluma mojada en tinta, a la pluma-fuente, al bolígrafo … de la máquina de escribir a pulso, a la eléctrica, a la computadora… de la radio, a la televisión, al Internet, la tableta, el Skype… del telégrafo, al cable, al teléfono de bocina, al inalámbrico, al celular, al inteligente… del avión, al cohete espacial, al satélite, al viaje sideral… de la enciclopedia en tomos, a la digital… del archivo en gavetas, al pendrive… Nada, que nací en un mundo pequeño, acogedor y humano, pero me estoy muriendo a en uno a mil años luz, inmenso, tan totalmente comunicado en redes cada vez más espectaculares y eficientes, como incomunicado de persona a persona, de alma a alma, así, desintegrado y demoníaco.
Volvamos a empezar. Descartemos lo malo del pasado, pero rescatemos lo bueno, lo amable, lo solidario y con sentido de humanidad. Levantemos la vista de la pantallita chica que satisface la insaciable avidez de noticias, rumores e insensateces, para buscar la mirada del otro donde veremos sus ansias, sus dudas, sus penas, sus alegrías… ¡donde encontraremos el tú! Hemos olvidado la otredad, el ámbito del prójimo, para aferrarnos a la centrípeta fuerza del yo. Hemos vaciado el planeta de la caridad. ¡Y oh paradoja!, surgen por doquier asociaciones para proteger el ambiente, el verde, el oxígeno, los animales, los glaciares, el océano, defendernos del calentamiento global, etc., etc. Todas ellas necesarias, importantes, maravillosas, ¿pero dónde está la que protege al hombre, cuerpo y alma inmortal? Tenemos el sentimiento de que lo más dañino e indeseable del planeta es el hombre, tal vez, pero el más ruin de ellos es criatura e imagen de Dios. Enardecidamente se aboga en contra suya, se defiende su no concepción, su muerte antes de nacer. Uno se pregunta: ¿para qué queremos entonces el tal planeta Tierra? ¿Cómo un enorme y delicioso jardín alrededor de un no menos enorme museo de fósiles humanos donde las más abundantes y preciadas piezas son los millones de fetos asesinados en el vientre de su madre?
Encerrados en el egoísmo de nuestro yo, ávidos de posesión y bienestar, negados a salir hacia los demás, vacíos de caridad, sólo pendientes del último grito de la tecnología comunicacional que incomunica y de la que extingue los hijos del futuro con aterradora indiferencia del corazón, nos hemos convertido en reos de nosotros mismos.
Lamentamos los desmanes internacionales y nacionales, cuando hemos contribuido a la ausencia de la gracia de Dios; le pedimos mucho pero nada le damos en renuncia, sacrificio y amor. Entonces todo está lleno de saña, odio y destrucción. La violencia diezma las filas de nuestros jóvenes que luchan por la libertad y la justicia, son los nuevos mártires y su sangre las hará retoñar. Dios trueca en luz la oscuridad de los planes del maligno.
¡Por Dios, despertemos, volvamos a nacer a la gloriosa realidad de nuestra condición humana, a ser la obra maestra del Creador!