En esta etapa final de lucha por la Democracia donde un noventa por ciento de venezolanos rechaza al Gobierno del Presidente Maduro y un porcentaje similar se opone a que eliminen la Constitución de 1999,existen una gama de posiciones que van desde el coraje temerario de un Leopoldo Melo quien asegura que el 31 de Julio morirá junto con la Democracia si no se logra detener la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, hasta quienes imaginan que siempre se podrá convivir con un régimen comunista mientras se mantenga un perfil bajo y acomodaticio.
En el interregno de ubicaciones tan disimiles existe un grueso número de personas cuya disposición para enfrentarse a la vorágine política que significa el Estado Comunal está mediatizada por el miedo. Miedo a perder propiedades o estatus antes de que se consume la tragedia republicana, “porque a final de cuentas nunca se sabe que pueda pasar”, y no vaya a suceder que todo esto sea un torbellino pasajero, se suspenda la constituyente “y uno de tonto se queda sin nada por dárselas de guapo”.
Dentro de este mismo lenguaje coloquial que expresa sin rebuscamientos de análisis sicológico el posicionamiento conductual de muchos opositores de mediano o alto perfil socioeconómico, cabe usar la expresión del “pasar agachado”, suponiendo que esta estrategia de cruzar indemne la cuerda riesgosa de la supervivencia es una virtud de gente pragmática, sin entender a cabalidad que al instalarse de manera formal el comunismo como sistema político de nuestra Republica, incluso los menguados derechos que hoy tenemos nos serán arrebatados y todos, incluidos los escépticos y los agachados, seremos vasallos de la suprema voluntad de Maduro, Cabello y Reverol,quienes al igual que King Il Jong en Corea del Norte, nos podrán ordenar que nos peinemos según su irrebatible criterio estético.
Todos tenemos miedo, eso es humano y el mecanismo biológico del cual fuimos dotados para la supervivencia, pero al igual que podemos levantar vuelo hacia cumbres espirituales para transcender la muerte, de la misma manera podemos reunir fuerzas morales para sobreponernos al temor de pérdidas materiales o de nomenclatura social.
Instalados en sitial honorifico de desapego terrenal y movidos por el empuje de la dignidad humana como trinchera inviolable de la libertad de pensar y soñar están los jóvenes venezolanos que enfrentan las jaurías de la maldad con escudos de cartón y corazones de águilas doradas. A ellos los represores desde el averno de sus conciencias los llaman terroristas. Igual han osado llamar acá en Lara al Arzobispo Antonio López Castillo. Ellos en verdad con su fe, su gallardía, su altivez ética, producen terror a las almas negras y purulentas que durante ochenta días han asesinado a muchachos indefensos, han torturado a presos políticos y desde hace años tienen al país sumido en el hambre, las enfermedades y la impotencia civil a causa de la confiscación de los derechos políticos de la ciudadanía.
Monseñor López Castillo, al usted bendecir a los soldados de franela bajo el manto de la Divina Pastora nos estaba bendiciendo a todos. Toda Venezuela siente que su libertad tiene como carruaje de combate la bravura del pueblo y que sus caballos son la esperanza y la fe que nos da Cristo. No podrán, jamás podrán, Dios es nuestro Pastor y el nos llevara a salvo hasta las praderas de la Libertad y la Democracia.