La sensación que se está al borde del caos absoluto se acrecienta. Las ciudades se han convertido en lugares anárquicos como si se tratara de zonas en guerra. La delincuencia aprovecha la situación para seguir en lo suyo en medio de la confusión y el derrumbamiento de las instituciones. El ciudadano se vuelve más defensivo y por lo tanto agresivo, sin contar la sensación de desprotección generalizada, entre otras cosas.
Esos vestigios de una ciudad, hoy herida por la basura y los huecos, desaparecen con la noche al convertirse en un pueblo fantasma, donde si acaso se ven pasar unos pocos carros.
No hay que engañarse ni plantear medias tintas: 1) la lucha por el rescate de la Democracia debe seguir (entendiéndola fundamentalmente como el derecho que tienen los ciudadanos a decidir quién los gobierne); 2) hay quienes han asumido con valentía la vanguardia de esa lucha, los jóvenes y algunos miembros de ciertos partidos políticos; 3) el control de la violencia es responsabilidad fundamental del Estado, que es el que tiene los medios para ejercerla y también para controlarla de manera proporcional y respetando el Estado de Derecho.
Una vez planteado lo anterior es posible mencionar algunas desviaciones peligrosas. Una de ellas es lo ocurrido recientemente en Maracaibo cuando unos pocos fueron a varios cafés a arengar a quienes ahí se encontraban. Eso, también sin medias tintas, no está bien. Intentar forzar a otros no cambiará la situación, solo con ideas y la fuerza moral de la lucha se pueden sumar voluntades. Lo otro son actitudes que debilitan a quienes realmente están liderando la defensa de la democracia. Y en todo caso, si se quiere “convencer” a otros, el trabajo quizás deba hacerse en los barrios y no en cafés de la zona Norte.
Sobre el escrache, que viene a ser una forma de linchamiento moral, también se debe tener mucho cuidado. En su definición en internet parece entenderse que el foco es el funcionario propiamente, y por otro lado enfocado en quejas específicas. Lo que parece que ha ocurrido es que con las declaraciones espontáneas de varios hijos y familiares de altos funcionarios del gobierno se quiere forzar a otros a que tomen una actitud similar, o se trata simplemente de una expresión de resentimiento.
Si fuera lo primero, de nuevo hay que decir que la fuerza no puede ser sustituta de las ideas y el poder moral.
A las situaciones anteriores se pueden sumar otras desviaciones de la protesta como los cierres de las vías por pequeñas alcabalas, la destrucción de los espacios públicos y la propiedad privada, la difusión de información falsa, sin mencionar la violencia verbal que incita a más violencia (promovida muchas veces desde la comodidad de la distancia por algunos). Claro que desde el régimen se genera más violencia, mucho más destructiva, y con mayor responsabilidad pues se supone que el Estado debería ser el primero en evitarla y controlarla bajo el principio de prevención y proporcionalidad.
Ante las situaciones anteriores es necesario decir “Pausa”, es impostergable decir “ya va, vamos a organizarnos”. Se debe evitar a toda costa que la protesta se desvirtúe, que unos pocos a quienes les conviene, o simplemente disfrutan, la anarquía dejen de ser las voces a seguir. Frente a esto es importante mantener la disciplina, y para ello es clave identificar líderes visibles y apostar a confiar en sus criterios, cada quien puede decidir en cuáles de esos líderes confiar. A esos líderes, el llamado es a reorganizar la protesta, tratar de regresar al cauce unas fuerzas que se desbordan.
Diego Lombardi
@lombardidiego