Se tiene la sensación de que permanecemos amarrados a los mitos. La frecuencia con la cual retornan es impresionante. Pareciese confirmarse la tragedia de Sísifo, como una condena eterna. A fin de cuentas, creados por los hombres, en la época actual, equidad de género de por medio, lejos de haber sido superados se reafirman con una plasticidad que asombra.
Jean-Pierre Vernaut, filósofo e historiador francés, estudioso en profundidad de lo griego, escribió “La muerte heroica en la antigua Grecia”. Una referencia clave para quien se animase a plasmar una ideas acerca de “La muerte heroica en la Venezuela actual”, además de la consulta obligada a “Venezuela Heroica” de J: V. González, entre otros textos fundamentales. Pertinente, diría cualquier observador de una práctica discursiva que promueve el mensaje, con mucha fuerza en el marketing político, según el cual “Todos somos héroes”.
Aparte de reconocer que existe una violencia directa, una violencia estructural y una violencia cultural, es preciso recordar cómo esta alimenta, quiérase o no porque no se reconoce abiertamente, que esta última en gran medida es la fuente de una mortalidad heroica absurda. Los muertos están en el epicentro de las acciones violentas que promueven y financian las organizaciones partidistas, junto a las del hampa común y el paramilitarismo, por un lado; y por el otro, la represión de los cuerpos policiales encargados de velar por el orden público, además de los identificados como colectivos, de acuerdo con el análisis de los criminólogos, politólogos y demás especialistas en el tema.
Patética la clasificación de los muertos. Los de la oposición y los del gobierno. Los que marchaban y los que no. Jóvenes y adultos. De Caracas y del interior. Los de bala, perdigones, guayas atravesadas, de barricadas, lacrimógenas y morteros artesanales. Los que son elevados a la categoría de héroes y los que no clasifican como tales.
¿Qué nos va dejando la “madre de todas las marchas”, según el anuncio del pasado 19 de abril? ¿“La segunda revolución de la independencia”, en esa retórica épica que pretende retrotraernos a la lucha por la libertad, en ausencia de un discurso que apunte hacia la preservación de la vida como un valor fundamental de la democracia? Hasta ahora ochenta muertos. ¿Qué sigue? Esperemos el 24 de junio. “El día de la batalla final”.
Duele las imágenes de la represión de las manifestaciones de protesta por las libertades, paradójicamente en un país donde llevamos este año 77 días y se conculca el derecho al libre tránsito, a la educación, a la preservación del ambiente. También, pero menos visibles, al interior de la “resistencia pacífica”, la del joven sobre los escombros uniformado como el Capitán América. O la del joven incendiado, rociado con gasolina, como si se tratase de un animal en sacrifico religioso, en holocausto, como lo practicaron los israelitas en sus orígenes. Esa impronta de heroicidad perversa hace surgir a los primeros justicieros y cobra muertes en nombre de una voluntad popular adversa. Pero la complicidad es mutua. El retorno de Fuenteovejuna.
En el imaginario también cabe la figura de la muerte al pié de una fosa común. Sonriente. Debajo de una pancarta con un lema escrito que reza: ¡Entren que caben 100! Parafraseando al cancionero popular. En el fondo, todos los cadáveres llevan la misma vestidura y no se distinguen los héroes de los mortales miedosos, cobardes y pusilánimes.