Son el inicio y el fin.
Es un lapso inconmensurable.
Cuando nacemos somos indefensos, necesitamos cuidado y atención; no nos percatamos de nuestro futuro, ni de nuestro destino.
Transitamos el tiempo incomputado desde el principio hasta el final, sin captar la verdad ni sentir la verdad.
Nuestras vidas breves, intermedias o pródigas, se inician desde el alfa y terminan en el omega, en el cero.
Vuestros espíritus escoltan a vuestros cuerpos desde siempre.
La desigualdad entre el inicio y el fin es el lapso transcurrido en positivo y en negativo, en devoción y en abominación, en virtud y en deficiencia, en impetuosidad y en desgano, en adoración y en discordia, en placer y en aflicción.
Nuestro fin es semejante a nuestro inicio: entonces no podemos visualizar y captar, y padecemos de indefensión.
Haréis que el tiempo transitado en vuestras vidas culmine en positivo. Así el espíritu experimentará la felicidad absoluta y el cuerpo se solazará en paz.
Os digo: Cuando nuestros espíritus se acoplan a nuestro Creador, unimos el principio con el fin.
Cuando nuestros espíritus se entregan al Todopoderoso, excluimos a inicio del fin.