¡SÉPTIMO escalón!
“He rodado más que bolita de purrete arrabalero” reza un tango que nos encanta. Cuando el calendario derriba tantas hojas como siete décadas, se hacen cuentas, balances. Asumo que el largo transcurrir no ha sido estéril, haciendo lo que nos gusta, existiendo como Dios manda, cumpliendo con lo debido. Viniendo del hogar humilde de Teolinda y Alfonso, todo ha sido ganancia. Forjado al calor del temple libanés de Emilio y el cariño inmenso de la duaqueña Ramona, dos abuelos inolvidables, crecí rebosado de iguales amores de tíos como María y Antonio. Sí, lo primero es repasar de dónde vengo y porqué estoy aquí. Permítanme, hoy, la licencia para no hablar de béisbol en la columna que, igual, forma parte vital de mi existencia… NO oculto un legítimo orgullo como barquisimetano de pura cepa, extraído del vientre de mi madre por una comadrona que llamaban Rafaelita, en la carrera 22 entre 29 y 30. Era el primer varón del matrimonio. Tuve el lujo de ser consentido en varios frentes. La ciudad era, para aquellos finales de los cuarenta, el aposento de laboriosos extranjeros. En la avenida 20 comulgaban libaneses, italianos, portugueses, españoles. Barquisimeto llegaba hasta la 42 del viejo cementerio, y hasta la ocho del posterior Hotel Nueva Segovia, hoy la UCLA. Uno se acostaba a las nueve como tarde y se levantaba a las seis como muy tarde. Para suerte extrema, el colegio “Federico Froebel” me quedaba a veinte metros de la vieja casona de los abuelos. Todo estaba cerca, el territorio citadino era pequeño. A veces se escuchaba en las madrugadas el cuatro o la guitarra de algún serenatero, cuando a las mujeres se las pretendía con alguna melodía de Agustín Lara, Rafael Hernández o Juan Ramón Barrios.
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LA radio me atrajo siempre, quizás porque muchos programas de Radiodifusora Venezuela, Radio Caracas y Radio Continente eran fijos en la enorme casa solariega que me albergó de niño. No había deportistas, ni siquiera escuchas del deporte en la familia. Habría que averiguar si proviene del ancestro libanés la inclinación, cosa que dudo. La vocación vino de alguna parte no identificada. Escribía crónicas para mí y relataba carreras de caballos que hacían reír a la familia. Por allí se inició todo, hasta que llevé -como muchos saben la historia- una intención de artículo (“Rumbo a Tokio”) a El Impulso en enero de 1964, cuando escasamente sumaba 16 años en el planeta… DESPUÉS todo fue como avalancha. Debut en Radio Cristal con un espacio deportivo de media hora. Trabajaba sin tregua y no ganaba nada. Me volteaban boca abajo y si acaso salía algún bolívar que me regalaba el tío Antonio. Otra Venezuela, un país distinto. El periodismo era de calidad radiante. Plumas literarias en el deporte, voces poderosas de fina dicción en la radio. Auténticas figuras engalanaban diarios y emisoras, mientras la televisión ganaba espacios. Sin paso universitario -todos nos hacíamos a fuerza de regaños y auto formación- tuvimos maestros de gran apoyo. Afortunados fuimos, vaya que sí.
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APARECIÓ, paralelo a mis arranques, Cardenales de Lara en la liga profesional. Lo seguía de niño en la Occidental a comienzos de los 60. Narraba, por imaginación, episodios con Ken Sanders, George Stepanovich o Steve Dalkowski, hasta que el pájaro rojo que tanto quiero, trepó a la Liga Central con el empeño de Antonio Herrera Gutiérrez. Estaba en el sitio justo, Radio Cristal, en 1965, para sentarme de joven intruso -17 añitos- al lado de Musiú Lacavalerie, Luis Enrique Arias y Napoleón Agreda Herrera. Desde entonces abordamos un infatigable peregrinaje con este club que llevamos en las venas… MILES de cuentos, anécdotas, episodios alegres, tristes. Van 53 años de pelota ininterrumpidamente. Nos multiplicábamos para repartir pasiones con el ciclismo, la otra cara visible de nuestra carrera. Centenares de Vueltas a Venezuela, Táchira, Trujillo, Lara y todos los confines de la patria. Acometidas en el Tour, el Giro, Mundiales, Panamericanos, Juegos Olímpicos. De verdad se agolpan las remembranzas por prensa, radio y TV en una actividad que hemos cubierto febrilmente, enamorados de cautivantes escenarios, actores recios, sacrificados protagonistas… DOMINGO López, Olinto Silva, José Rujano, Nicolás Reidtler, Cochise Rodríguez, Eddy Merckx, Miguel Induráin una extraña mezcla de locales y foráneos, cada uno exitoso en el rango respectivo. Uff, qué larga lista de convocados en la memoria. No hay espacio, no tenemos tiempo para abrir el morral lleno de sucesos y vivencias. Entre cuadrangulares y embalajes, innings infartantes y altos de montaña hay acumulación exorbitante de capítulos memorables.
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EL caudaloso río de los recuerdos se detiene este 11 de junio. Las mujeres me han impulsado con vigor. Si antes fueron Teolinda, Ramona y María, más tarde llegaron Martha Lourdes Gómez, mi esposa, y mis hijas Massiel Lorena, Gloria María, Flor Alejandra y Claudia Carolina, gran quinteto en el tabloncillo de mis amores. Ellas son razón de mi existencia, palancas motoras, motivación singular. Se le ocurrió a la providencia regalarme un varón en las entradas finales, o los kilómetros decisivos, como les guste. Es Alfonso Emilio III, apelando al lenguaje de los monarcas. Suerte que le gusta esto de escribir, narrar, analizar y comentar. Es un buen premio, sin dudas. En la vía un par de nietos, María Laura y Roberto Alfonso… SOY feliz de llegar a los setenta con esa pléyade de amigos conquistados en una carrera de empinados puertos, de larga andadura, aparte de que muchos otros se me adelantaron comprando el pasaje sin regreso. El cariño de la gente -oyentes, lectores- es galardón cimero, algo invaluable. Todos están en mi baúl de querencias. Dios y la Divina Pastora santarroseña son permisivos al darme la salud para hacer y contar, transcurrir en medio de los avatares propios de cada existencia. Aún quedan reservas para un cambio de velocidad engañoso o el envión con potencia limitada… AQUÍ, en la página dos de deportes, me publicaron mi primera nota. 53 años después estoy en el mismo decano y en el mismo lugar. ¡Qué ventura!… AL compás de Las Mañanitas, con Pedro Infante, y tarareando la obra de Luis Cruz (“Ay que noche tan preciosa”), pasamos el listón de siete tramos. Hay mucha gente que llevamos en el corazón. Los aprecio de veras. Tal como compuso el genial José Alfredo Jiménez: “La vida es un sueño”. Un abrazo que los alcance a todos.