Son famosas las palabras del Libertador cuando lanzó el decreto que radicalizó la sangrienta contienda independentista: “españoles y canarios contad con la muerte… si no obráis por la liberación”; pero muchos olvidan parte final –muy política– donde dijo: “americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables.”
Resulta que, aun lanzando la guerra a muerte, Bolívar supo matizar sus políticas para poder superar una profunda confrontación interna que también entonces existió entre venezolanos.
Es oportuna su inteligente estrategia a medida que se aproxima el deslave de un régimen que está en sus estertores.
Luce incalculable el cúmulo de abusos, latrocinio, injurias, atropellos, vandalismo, agresiones, torturas y asesinatos que desde el poder se han cometido durante los últimos lustros. Es un régimen que desde su inicio hizo de la provocación una práctica sistemática, buscando generar reacciones violentas para luego “justificar” la imposición de su dictadura totalitaria.
La corrupta, insolente, soez y agresiva conducta de múltiples personeros, paramilitares y aliados ha generado un profundo rechazo en ese sector mayoritario de ciudadanos decentes que aspiran a vivir en una Venezuela mejor. Algunos buscan venganza; otros piensan, con razón, que no puede haber impunidad.
Pero no resulta viable castigar masivamente a un importante sector de población, por más que muchos hayan incurrido en conductas ilegales y moralmente repudiables.
Ni en la derrota del nazismo en Alemania, o la caída del comunismo en la Europa del Este, se generaron represalias generalizadas contra una legión de cómplices, beneficiarios, simpatizantes y colaboradores de esos monstruosos sistemas.
La salida de los regímenes militares de América del Sur fue con procesos de coexistencia, perdón y olvido, que facilitó que muchos puntales de aquellos regímenes se desmarcaran del cogollo delictivo central.
Tampoco los coroneles Casanova Godoy, Romero Villate, Araque, y Quevedo, que remataron a la dictadura de Pérez Jiménez, pertenecieron a un coro de angelitos serenados.
Hoy, muchos colaboradores del régimen buscan saltar la talanquera ante el evidente fracaso del descabellado experimento inventado aquí a comienzos del siglo XXI; otros se sienten asqueados ante el salvajismo represivo; y aún otros creen que esta última y funesta etapa es una aberración de los ideales que alguna vez promovieron.
Bienvenidos. No es ahora el momento oportuno para juzgar responsabilidades y endilgar reproches a cuantos abandonan un barco que se hunde: A enemigo que huye, puente de plata.
Antonio A. Herrera-Vaillant
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