En plenitud de su madurez intelectual y humana, cuando el país podía esperar de él una obra de trascendencia nacional e internacional, se nos fue Jesús Antonio (Toto) Herrera Sisirucá, dejando una estela de inmenso dolor en su familia, sus paisanos y amigos que le conocimos desde que era un joven estudiante, y un vacío en la letras caroreñas, larenses, venezolanas, que sólo hombres de su talla espiritual, ética y ciudadana ocupan en este mundo convulsionado que le tocó vivir.
Lo conocí, muy de cerca, entre los mejores, sino el más brillante de quienes fueron mis alumnos en la Escuela de Comunicación Social, de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela, cuando ya exhibía un potencial intelectual insuperable. Acudía a mis clases antes o después de concurrir a las aulas de la Universidad Católica Andrés Bello, en la que cursaba simultáneamente estudios de Derecho, carrera que culminaría con tanto éxito como el que alcanzó en Comunicación Social, mención Periodismo.
Y aunque murió muy joven sus huellas de profesional del Periodismo, quedan marcadas en los esfuerzos que hizo, junto a su hermano Pedro Claver y su madre doña Lila Sisirucá de Herrera, en las páginas, para la preservación de El Diario de Carora, que por circunstancias ajenas a su voluntad tuvo que salir de circulación, afortunadamente sustituido por El Caroreño, fundado por Javier Oropeza y dirigido por Gerardo Pérez González, quienes abren sus páginas para rendirle un merecido homenaje.
Jesús Antonio, no obstante haber abandonado este complicado universo del pensamiento contemporáneo, cuando más se esperaba de su excepcional talento, y este trágico país, impulsado por nuevas generaciones que aspiran un futuro de libertades y bienestar social, los caroreños debemos colocarlo al lado de sus maestros José Herrera Oropeza, Antonio y Cheíto Herrera Oropeza, hijo, Cecilio Zubillaga Perera, que hicieron del periodismo un apostolado al servicio de la sociedad.
Si bien es cierto que a su familia y a sus amigos nos duele profundamente su partida, Jesús Antonio no desaparecerá del sentimiento y del pensamiento de quienes valoramos sus virtudes ciudadanas, su bonhomía, su tránsito ejemplar por este mundo, al que no sólo deja su estela de periodista singular, sino también una obra poética, docente y ensayística, hasta donde yo conozco, que lo califica como uno de nuestros caroreños inmortales.