Como la corriente alterna, Venezuela oscila entre el ambiente de jolgorio, propio de nuestras campañas electorales, y los escenarios de tensión marcados por la violencia y rumores de derrocamiento. Hora, como se elegirá un nuevo presidente en 2108, ya ha comenzado una intensa competencia por las candidaturas; y como los problemas del país acucian y Miraflores luce como si estuviera a la mano, los ánimos se precipitan. Y, es natural, la vocación de poder no descansa ni el músculo duerme. De lado y lado.
Los cambios de gobierno en Argentina y Brasil han ido creando en la Organización de Estados Americanos una correlación todavía más favorable a la geopolítica de Washington de la que existía hace pocos años, cuando mostraba un pequeño debilitamiento. De allí que era de esperarse que esta organización realizara duros pronunciamientos sobre Venezuela. Nada particular. Sin embargo, lo que sí sorprende es la forma en que se celebró la sesión del día lunes 2 de abril, que tuvo lugar sin la presencia del Presidente ni del Vicepresidente del Consejo, que venían apenas de su asumir sus cargos y habían decidido hacer unas reuniones previas, de una o dos jornadas, para evaluar la situación, antes de hacer una plenaria
¿Qué razón podía haber para acelerar los tiempos, si en cualquier momento se iba a aprobar el mismo texto? Quizás este hecho pudiera encontrar una posible explicación en que “la onda eléctrica” había cambiado en Venezuela, razón por la que habría llegado una información a los pasillos de la OEA de una insurgencia militar en ciernes para “restablecer el hilo constitucional”, así que para facilitar que ello ocurriera era importante un pronunciamiento muy rápido que validara la acción. Sólo una consideración de este tipo o semejante pudiera explicar la forma disparatada en que se celebró el Consejo. Un asunto de horas: la reunión Consejo no podía esperar. O simplemente una torpeza, consecuencia de las pasiones.
Por el momento, la ondulación del clima electoral ha sido solapada por las marchas y el enfrentamiento de poderes. Pero sigue allí, vibrante. Si va a haber un cambio de gobierno en las elecciones de 2018, un asunto primordial es dilucidar quién será el candidato.
La novedad es la emergente candidatura de Lorenzo Mendoza, que aparece muy bien ubicado en las encuestas y perturba las aspiraciones partidistas. Tradicionalmente, en Venezuela el oficio del político y el del empresario han estado separados y los intereses de las clases altas han estado resguardados por políticos sin necesidad de una incursión directa de propietarios, salvo en los ministerios de la economía. Por lo demás, existe la conseja según la cual en la guerra federal se habría pactado que “un rico no podía llegar a presidente”. Esto tiene mucho de leyenda, pero en todo caso el legado ya no cuenta con custodios en el campo de las fuerzas políticas y sociales en las que prospera la candidatura de Mendoza y que nada quieren con la Federación ni Ezequiel Zamora. La puerta está abierta.