La Ascensión del Señor es una fiesta de grandísima esperanza para los que creemos en Jesucristo, porque sabemos que primero se fue El al Cielo, pero esta fiesta nos da la seguridad de que también nosotros podemos seguirle a allí.
El derecho al Cielo ya nos ha sido adquirido por Jesucristo. El nos dijo que nos iba a preparar un lugar a cada uno de nosotros (Jn. 14,2-3). No dejemos ese lugar vacío.
¿Cómo llegamos? Bueno… hay que vivir en esta vida de tal forma que merezcamos ocupar ese lugar.
Jesús nos había explicado esto antes de irse: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Mt. 6, 21). Y la Fiesta de la Ascensión del Señor a los Cielos nos recuerda cuál debe ser nuestro tesoro y dónde debe estar nuestro corazón: nuestro tesoro es Dios y las cosas de Dios; nuestro corazón puesto en el Cielo, donde Cristo ya está esperando por cada uno de nosotros.
Por eso San Pablo nos dice con mucho entusiasmo que ora porque “el Padre de la gloria les conceda espíritu de sabiduría y de reflexión para conocerlo, para que ilumine vuestras mentes de manera que comprendan cuál es la esperanza a la cual estamos llamados y cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da a los que son suyos” (Ef. 1, 17-23).
Sabemos que después de resucitar, Jesucristo le dio a sus Apóstoles y discípulos muchas pruebas de que estaba vivo, pues durante cuarenta días se les estuvo apareciendo. El último de esos días los citó al Monte de los Olivos; allí les anunció que muy pronto recibirían el Espíritu Santo que los fortalecería para la tarea de llevar su mensaje a todo el mundo, les dio sus últimas instrucciones y poco a poco “se fue elevando a la vista de ellos”. (Hech. 1, 1-11 y Mt. 28, 16-20)
¡Cómo sería esa escena! Si la Transfiguración del Señor fue algo tan impresionante, ¡cómo sería la Ascensión! Quedaron todos los presentes tan impactados que aún después de haber desaparecido Jesús, ocultado por una nube, seguían mirando fijamente al Cielo. Fue, entonces, cuando dos Ángeles interrumpieron ese éxtasis colectivo de amor, de nostalgia, de admiración viendo al Señor. Jesús resucitado radiantísimo ahora había ascendido al Cielo. Los Ángeles les dijeron: “¿Qué hacen ahí mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo han visto alejarse” (Hech. 1,11).
Importantísimo recordar ese anuncio profético de los Ángeles sobre la Segunda Venida de Jesucristo. Sabemos, entonces que Jesús volverá, pero no aparecerá entre nosotros como uno más, como vino hace dos mil años, sino que vendrá como llegan los relámpagos: de sorpresa, deslumbrante, de manera impactante, posiblemente en medio de un ruido estremecedor, porque vendrá en gloria desde el Cielo. Y en ese momento volverá como Juez a establecer su reinado definitivo.
Así lo reconocemos cada vez que rezamos el Credo: de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin.
“Miren que se los he advertido de antemano”, nos dijo. “Por lo tanto, si alguien les dice: ¡Está en tal lugar!, no lo crean. Pues cuando venga el Hijo del Hombre será como un relámpago que parte del oriente y brilla hasta el poniente” (Mt. 24, 21-28). Será como lo anunciaron los Ángeles después de la Ascensión: Cristo volverá como se fue ¡glorioso y triunfante!