El tema de la dictadura ha tenido amplia resonancia en la narrativa del mundo contemporáneo: la sucesión incansable en los dos últimos siglos de formas tiránicas de gobierno. América y Europa han constituido más de una vez el escenario también de novelas que tratan de la dictadura. En todas ellas el mandatario se presenta existencialmente solo. La violencia del poder determina la soledad del tirano, además de su convicción de ser el único individuo relevante del país, lo que lo vuelve indiferente a quienes lo rodean y a la nación entera.
Después de perder la guerra y suicidarse, Adolf, “lobo noble” en alemán -nunca peor llevado este nombre- inició una segunda vida como personaje de ficción, en la parodia que le hace el escritor alemán Timur Vermes, en su libro: “El ha vuelto”. El autor se pregunta “¿es legítimo y necesario reírse de Hitler?” Y el mismo responde: «La gente se está riendo de Hitler desde 1940 y en la actualidad, muchos programas hacen parodias sobre el dictador». Este parece ser el sino de todos los tiranos, cuando abandonan el poder se convierten en el hazmerreir de los pueblos y mueren solos y repudiados por todos.
Para abril de 1945 la realidad era ineludible: el ocaso del tercer Reich estaba por consumarse y con él, la pesadilla del conflicto bélico de mayor duración en el mundo. El imperio nazi para ese momento se encontraba reducido a 150 km de extensión y decrecía más cada día. El führer no era más que la sombra de lo que llegó a ser; poco quedaba del hombre que levantó a Alemania de la derrota de la I Guerra Mundial, elevándola al nivel de una potencia. No solo las personas que conformaban su círculo más cercano, también Hitler se daba cuenta de lo insostenible de la situación, por eso, La idea del suicidio era cada vez más recurrente en él.
Las tropas rusas y norteamericanas solo esperaban el momento preciso para llevar a cabo el asalto final. Aun así, el autócrata estaba decidido a no capitular, incluso a costa de la vida de los 2 millones de ciudadanos que permanecían en Berlín. Goebbels diría: “Hitler me ha autorizado a que, si llega a izarse una sola bandera blanca en Berlín, bombardee las calles y las casas donde aparezcan”.
Finalmente, el desenlace llegó y Hitler rodeado de su alto mando nazi, encabezado por los carniceros: Himmler, Goering, Goebbels, Bormann, Ribbentrop y Speer, se limitó a constituir dos mandos. Al día siguiente dio la orden de atacar a las fuerzas soviéticas que asediaban a Berlín, las instrucciones eran claras: todo hombre de la milicia debe tener un fusil, estar disponible para lanzarse al ataque y aquel comandante que ignore la orden será fusilado.
El encargado de dirigir esta operación fue el general de la S.S., Steiner. Pero el plan nunca se llevó a cabo tal como Hitler lo diseñó, porque al momento de replegarse las tropas alemanas para organizar el ataque, Los soviéticos aprovecharon el descuido y penetraron en la ciudad. El plan falló y el Führer llamó cobardes, desleales e incompetentes a sus generales. Sus últimos días, como los de todos los tiranos, se consumieron en el bunker en un ambiente de histerismo, resignación e inestabilidad emocional y mental.
@alvareznv