Venezuela es un mapa de guerra donde la sociedad salió de su prisión de esperas al campo abierto de la libertad para defender con dignidad y bravura su derecho a vivir en Democracia. Al frente de la resistencia ciudadana están los chamos, en la calle con piedras y canciones y en la Asamblea Nacional con ideas y una dosis gigante de adrenalina y entusiasmo.
Los chamos se hicieron cargo de esta batalla decisiva en la cual o se reconquista la República para la paz y la convivencia productiva o nos hundimos por tiempo indefinido en la oscuridad de los laberintos comunistas. Los jóvenes están escribiendo su historia y ante este evento totémico muchos están confundidos y otros aunque cautelosos estamos dispuestos a buscar lugar útil dentro de la gesta que protagonizan las nuevas generaciones.
Es comprensible el análisis preñado de temor e incertidumbres que realizan los dirigentes y analistas políticos formados en la Democracia que se instaló en nuestro país luego de la dictadura de Pérez Jiménez. Durante cuarenta años ininterrumpidos el esquema para la solución de conflictos era el diálogo, la concertación, las conversaciones y, en sentido general, la negociación, asumida como un acuerdo positivo en función de mantener los equilibrios fundamentales del sistema y sus instituciones. Es por esta razón y no por cobardía o entreguismo que nuestros políticos tradicionales han acudido a mesas de diálogo con el oficialismo y dentro de esta confrontación terminal aun esperan una señal de avenimiento por parte del régimen para detener esta vorágine de violencia que tiende a convertirse en anarquía devastadora.
Cosa distinta sucede con la generación que entre muchos incluye a Freddy Guevara, Miguel Pizarro, Carlos Paparoni,Juan Manuel Olivares, Juan Requesen y Richard Nardo, quienes hace 18 años eran unos niños y su esquema de la política es la confrontación directa, las marchas y contramarchas, la ruleta rusa y el desconocimiento del contrario como parte de buena fe. Por ello viven y lideran este torbellino de emociones ambivalentes dentro de su zona de confort sicológico. Están claros y determinados y esa conducta sin fisuras los conecta plenamente con el sentimiento mayoritario que prevalece en los escenarios de lucha popular.
Esta generación de valientes chamos es nuestra garantía de que todo este movimiento de Calle no se someta ante el miedo, el conformismo o la resignación. No obstante y es bueno advertirlo que este rio crecido de entusiasmo nacionalista y libertario en estos momentos no tiene control político y por ello es necesario direccionarlo hacia objetivos concretos cuya prioridad es la realización de elecciones. Llegados a este punto es imperativo el concurso de todo el liderazgo democrático y que los jóvenes que hoy comandan la calle asuman como buenas las directrices que puedan emanar de quienes tienen mayor experiencia y ven al país con una perspectiva histórica que evite un holocausto y le abra puentes a un futuro de tolerancia, justicia y reactivación económica.
Hasta que ese momento llegue dejemos que los chamos escriban su historia y busquemos un sitio de combate desde el cual podamos apoyarlos.
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