La mayoría de las madres recuerdan con exactitud la hora de nacimiento, el peso y las medidas de sus hijos al nacer. Algunas añaden a la memoria otros datos: fecha de muerte, lugar y cantidad de balas. Al final de la tarde de este sábado, la señora Marisela Guevara recibió la noticia de la muerte de uno de sus cuatro hijos, Rafael Ángel Guevara, quien había quedado severamente herido, el miércoles 26 de abril, en un procedimiento encabezado por funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), en el sector II de Ruezga Norte.
Desde el momento cuando fue baleado Guevara estuvo recluido en el Hospital Central Universitario Antonio María Pineda (Hcuamp). Durante más de dos semanas internado en ese centro de salud lo operaron cinco veces. La última intervención quirúrgica fue el domingo 7 de mayo, duró seis horas, recordó la mujer vestida de luto mientras esperaba la entrega del cadáver de su hijo, ayer cuando en el país se celebraba el Día de las Madres.
Señalándose en su propio cuerpo con el dedo índice, como quien muestra con precisión una dirección sobre un mapa, la madre de Guevara indicó las áreas donde las balas habían perforado a su hijo: parte baja de la pierna, cerca del tobillo; ingle y costado izquierdo. De las tres, la última herida fue la que mayor daño causó. Le perforó el bazo, el estómago, un pulmón y le lesionó el páncreas.
Pese a que los médicos no lograron salvarle la vida, la madre de Guevara agradeció al personal del Hcuamp por la atención, pues, testimonió, estuvo a la altura de la gravedad del diagnóstico.
Entre una y otra intervención, madre e hijo pudieron hablar varias veces. El joven de 27 años insistentemente le repetía que no quería morir por sus hijos, los niños de 5 y 2 años que ahora quedan huérfanos.
El día que lo hirieron, la madre de Guevara estaba hospitalizada en un centro de salud ubicado en Patarata, al este de la ciudad. Necesitaba unas medicinas y su hijo Rafael Ángel se comprometió a comprarlas, pero para hacerlo debía ir a cobrar un dinero que alguien le debía por una ropa vendida. El cliente estaría en Ruezga Norte. Allí, lo estaba esperando Guevara sentado en la calle junto con otras personas cuando, según le contaron unos vecinos a la madre, llegó una comisión del Cicpc. Los acompañantes de Guevara huyeron, él se quedó y le dispararon.
“Por qué voy a correr si yo no le debo nada a la justicia”, reprodujo la madre la explicación que le dio el muchacho mientras estaba internado en el hospital.
Después de muerto, ella se encargó ante los medios de comunicación de defender esa afirmación. “Juro por Dios que eso no fue un enfrentamiento”, dijo con firmeza, pero el tono se resquebrajó por el llanto cuando quiso definir la personalidad del joven: un hombre trabajador, “a las 8:00 de la noche ya estaba encerrado en la casa”, buen padre e hijo, tierno, “todo era risa”. En la Ruezga, donde vivía, los vecinos, aseguró la mamá, pueden dar fe de eso. Lo mismo quienes fueron sus compañeros de estudios.
Afirmó que no tenía enemigos. “Mi hijo no merecía esa muerte. Juro que no era malo”. “No corrió, no corrió”, repetía la mujer como para dejar constancia de la inocencia de su hijo. “Si hubiera sido un enfrentamiento, yo no digo nada. Lo único que le digo a la fiscal es que investigue bien y que los funcionarios paguen porque mi hijo no era ningún delincuente”.