Escritor, empresario y cronista, dedicado al progreso y el bienestar de Barquisimeto, su cuna, puesto que aquí nació el 15 de agosto de 1905. Su padre Pablo Arapé, su madre Josefita Azparren Rodríguez. Hijo mayor de una familia de tres: lo seguían Esaú y María Esther.
Fue concejal y desde allí impulsó la construcción de parques, plazas, liceos y monumentos. Personal e institucionalmente promovió la creación de universidades: la UCLA, el Politécnico y el Pedagógico, cuentan entre sus principales emprendedores con este ciudadano ejemplar. Vislumbró claramente que la ampliación de vías, en las que luego se construyeron autopistas y avenidas, actuaría a favor del papel nodal que desempeña nuestra región en el centro occidente venezolano.
Exaltó la memoria cultural del estado a través de homenajes icónicos a artistas y escritores como José Parra Pineda en la plaza El Semeruco, ubicada en la avenida Lara. Editó “Sol en las bardas” compilación de artículos del cronista Eligio Macías Mujica. Tempranamente se percató de la trascendencia del pintor Rafael Monasterios; del músico y compositor Antonio Carrillo.
Encomendado por su amigo el Presidente Luis Herrera Campins, pudo recuperar en Italia las partituras del violinista Franco Medina. Coleccionó el acervo fotográfico del estado Lara a través de un sinnúmero de imágenes que donaría al Concejo Municipal sin paradero conocido. De veras gustaba de la fotografía y ser fotografiado.
Como empresario fue exitoso, y atrajo a la vez, a muchos inversionistas nacionales y extranjeros que sembraron y expandieron industrias y empresas, como la extinta cementera, una montaña del norte arrasada y próxima a convertirse en planicie. Promovió el cultivo del sisal, un portentoso comercio cuyo producto caracterizó nuestra región, hoy desmantelado.
En 1955 fundó la Sociedad Amigos de Barquisimeto junto a connotados ciudadanos que al margen de anuencias políticas y económicas, mantenían con peculio propio una poderosa voz que entablaba controversias con los poderes y ponderaban el ejercicio de las funciones públicas. Cada uno de sus integrantes desembolsillaban los recursos para su funcionamiento, puesto que consideraban contradictorio inmiscuir al Estado en la valoración del ejercicio público.
Luego la SAB se convertiría en Fundasab y durante varios años funcionó en la antigua sede del Colegio Federal en la carrera 17 esquina de la calle 24, hasta que el inmueble colapsó y prácticamente cesaron sus actividades, para convertirse en una fundación nómada: sin sede.
En la época en que fue concejal, éstos no devengaban sueldo y resultaba para los integrantes de la cámara municipal, aún siendo designados y no electos para entonces, una cuestión honorable ser representantes públicos. No contaban con choferes, asistentes, camarógrafos y atachés para seguirlos y remitir a los medios, tal o cual acción que ejercían. El compromiso ciudadano estaba entrañado con la ética y la aprobación. Por mayores desavenencias políticas que existiesen en la cámara, ninguno de sus miembros utilizaba la “cosa” pública para beneficio propio. Aún cuando, indudablemente, ser representativo era sinónimo de poder. Los políticos y hombres públicos de entonces desarrollaron habilidades que los hacían capaces de separar el as de un mazo de naipes y continuar la tanda. Por encima de sus afinidades políticas, imperaba el reconocimiento público.
Como cronista, que sin ser oficialmente nombrado supo serlo, hace gala de una memoria asombrosa, recupera voces del común: sus andanzas, amigos, espacios y tertulias, las cuales fragmenta en sabrosas crónicas que publica en la prensa y compilaciones.
Su obra escrita es fundamental para el conocimiento de prácticas culturales puesto que rememora las introducciones de inventos y modos de vida en el estado, poco apreciadas por las escuelas históricas. Lo cierto es que si Ud. apreciado lector quiere conocer a Barquisimeto, debe leer a Raúl Azparren, el escritor, el hombre del siglo pasado, puesto que describe rigurosamente eso: el pasado inmediato y lo hace memorable.
Su obra literaria: “Esquinas y casas de Barquisimeto de antaño”( 1968); “La Orquesta Mavare en la historia musical larense” (1968); “Barquisimeto, paisaje sentimental de la ciudad y su gente” (1972); “Fundación y reinstalación de la Cámara de Comercio del Estado Lara (1981); “Historia de la creación del Instituto Universitario Politécnico de Barquisimeto” (1983), son textos fundamentales, ineludibles para todo aquel que quiera indagar en el origen, sin describirlo; en el carácter sin lucirlo; en el talante sin buscar representarlo.
Amaba la fotografía como puede ser apreciado en su legado, y también ser bien retratado y por los mejores de la época que vivió. Su postura y poses lo dejaban bien parado; en cuanto acto de trascendencia para la ciudad que ocurriese se encontraba presente.
En el espacio público de la ciudad y en el espíritu mismo de ella, sembró acrisolados valores durante el siglo XX que aún, a duras penas, perduran.
Barquisimeto, una ciudad de desolación y que continúa achacándole a los cataclismos su inconformidad urbana, reflejada en la ausencia de estructuras urbanas de valor patrimonial, debe voltear a sus hombres, a los ciudadanos que como Raúl Azparren la construyeron espiritualmente, que a fin de cuentas es lo único que habla por una urbe: su espíritu. Tristemente un hombre que impulsó tantos homenajes en vida e hizo erigir incontables bustos de notables, el de él permanece abandonado en un rincón del Centro de Historia Larense.
Se casó con la maestra Ana Teonila Macías Fernández y de esta unión procrearon siete: Zonia, Enoe, las morochas Tusneida y Raysa; Raúl, Esaú y María Esther.
Como paradoja al fin, murió en Rochester, Estados Unidos, lejos de su nido vital, tratándose una cruel enfermedad y pidiendo ser vestido con el afecto de sus mejores amigos y el manto de su devoción mariana, como buen y excelso hijo de esta tierra, a la cual no termino de verle la gracia, y que él la divisó en el horizonte tardío: inmaculado.