“Miserable de aquellos que vacilan cuando la tiranía se ceba en las entrañas de la patria” (Miguel Cané)
Retomando el pasado con “El doctor Francia” el paraguayo Augusto Roa Bastos desborda su excepcional escritura cuya mayor envergadura está en su tono descriptivo; vuelca todos sus conocimientos en las investigaciones de la novela en América Latina, fija las condiciones del ejercicio narrativo, integra las ideas literarias del nuevo siglo con las del siglo XIX que parecían perdidas. Fiel a la veracidad de la historia, se define a sí mismo como compilador (aunque mucho ayuda este hilvanar y narrar de historias ajenas a quienes escriben) sus conocimientos y sus obras forman parte no de una compilación totalmente, sino de una novela de máxima creación en la que define al hombre educado, de letras, agnóstico, quien sin haber participado en una acción militar, fue capaz de organizar un ejército que hizo temblar a sus vecinos y a su pueblo. Se presentó a todos como la encarnación de una nacionalidad nueva y original, asunto histórico al que aplicó todas sus energías. A lo largo de sus casi treinta años de gobierno, más que preservar su objetivo, era construir la estirpe paraguaya a la que defendió firmemente. La obra de Roa Bastos es una crítica liberal al hombre cuyo ejercicio principal es el poder absoluto, su negación a promover las formas legislativas, su ironía para la ordenación legal de la nación y su desprecio hacia la cultura superior.
“El doctor Francia” fue implacable con sus enemigos a quienes persiguió, destruyó, torturó, confiscó sus bienes y los asesinó públicamente, desterrando a su familia. Es esta la historia de un dictador al que se dirige el novelista, increpándolo en su final agonía: “La pasión de lo absoluto ¡ah mal jugador!! Te ha herrumbrado y carcomido poco a poco, sin darte cuenta mientras vigilabas tus cuentas al centavo. Te quedaste a mitad del camino y no formaste verdaderos dirigentes revolucionarios, sino una plaga de secuaces encadenados a tu sombra”. Roa Bastos se introdujo dentro del déspota confirmando la destrucción de su andamiaje psíquico, moral y físico, causada por el efecto de sus grandes odios y codicias.
En la Historia de las dictaduras lo que vino después no ha sido mejor que lo que había antes; siempre las mismas promesas, la distribución del poder entre rapaces grupos afectos al tirano y al eterno viacrucis de los pueblos a los que se les sigue marginando y condenando a muerte. “Los derechos del hombre y del ciudadano” son ignorados por estos individuos que más bien los aplastan para imponer su poder personal. Pero como no hay mal que no pague su precio, hasta los que creían no había caída posible de su régimen, igualmente caerán como cayó Perón, Rojas Pinilla, Joao Goulart, Pérez Jiménez y cayó Dilma Rousseff etc.
Mario Vargas Llosa en su novela “La fiesta del chivo” evidencia a Leonidas Trujillo como el más sangriento de los dictadores, atropellador de las libertades, amante de los lujos y sobre todo un delincuente en todos los escenarios de su patria, a lo largo de su vida estéril de sentimientos. Llegó al poder aprovechándose de los momentos cruciales y atormentados que vivía su pueblo. Se consideraba la propia sabiduría. Bajo su mandato negó la libertad del pensamiento, tenía pavor a la crítica, fue productor de la masacre de 20.000 haitianos, solo porque era racista y los detestaba, y a la vez temía que de ellos surgiera un golpe de Estado contra su gobierno. Murió acribillado.
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