El sábado 13 de mayo de 2017 conmemoramos el centenario de la primera aparición de la Virgen en Fátima, a los tres pastorcitos Lucía, Jacinta y Francisco. Fueron muy fieles a los encargos de María y tuvieron que soportar contradicciones y sufrimientos. El Papa Francisco peregrina a Fátima, buscando honrar a la Santísima Virgen e implorando su protección para la Iglesia y para toda la Humanidad.
El mensaje de Fátima es un llamado a la paz y a la conversión. La Virgen pidió oración y penitencia para pedir por la conversión de los pecadores y la paz del mundo. Y concretamente encareció el rezo del rosario en petición y desagravio. La raíz de todos los males que afectan a la la Humanidad es el pecado, que es a la vez ofensa a Dios y discordia hacia nuestros hermanos. Cuando los hombres nos alejamos de Dios somos capaces de todos los disparates, crueldades y aberraciones. El camino hacia la paz pasa por la conversión personal. Y no habrá paz si no hay verdadera justicia y amor.
La presente coyuntura de la Humanidad nos llama a la reflexión. Las apremiantes exhortaciones de María a la conversión no han sido suficientemente atendidas, y el siglo XX ha sufrido de grandes males, como las dos guerras mundiales. La raíz está en los corazones humanos, que rehúsan la conversión y se refugian en la soberbia y el materialismo. Sin caer en pesimismos estériles podemos constatar en estos tiempos un progresivo alejamiento de Dios en las legislaciones, las costumbres y la conducta individual. Se atenta contra la estabilidad del matrimonio, la vida humana no nacida o decadente, la dignidad de las personas, la necesidades perentorias de trabajo, alimentación y asistencia sanitaria.
Dios es misericordioso pero también es justo. Las ofensas a Dios y los atropellos contra las personas humanas claman al Cielo. Las exhortaciones maternas de María nos llaman a la conversión: rectificar la conducta, orar y hacer penitencia. De lo contrario cabe esperar grandes castigos para la Humanidad en un futuro no muy lejano.
Sin embargo, esta motivación de temor no deber ser la principal. Ha de ser el amor el que nos mueva, a Dios creador y Padre nuestro, a Jesucristo nuestro Redentor; hacia María, Madre de Dios y Madre nuestra. Y como consecuencia un amor al prójimo que se manifieste en las obras.
Los últimos Papas nos han venido llamando a una nueva Evangelización, que implica no sólo la doctrina cristiana, sino también la oración personal, el sacrificio generoso, la recepción de los Sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía.
La presente situación de Venezuela encaja a la perfección dentro de este contexto: necesitamos con urgencia la conversión personal de oración y penitencia, la frecuencia de la confesión y de la Eucaristía, una solidaria y esforzada atención a los problemas y necesidades de nuestros hermanos.