En oportunidades anteriores lo hemos planteado y hoy lo ratificamos. Asistimos a una excesiva ola de represión, por parte de los efectivos militares y grupos de sediciosos y una, no menor secuela de violencia, coauspiciada por algunos sectores de la oposición, y otros “pescadores en río revuelto” y delincuentes, con el saldo de muertos heridos, destrucción, saqueos e incendios que se contabiliza hasta ahora. La salida, distinta a la que ha sido propiciada por la MUD, en sus versiones I y II, es otra: la Paz. Admitiendo que puedo estar equivocado.
El diálogo y la Paz no falta quienes lo consideran una pérdida de tiempo bajo la consideración pragmática que tiene en el inmediatismo un fuerte asidero y se concentra en el poder. Detrás de la negativa rotunda y a ultranza al diálogo está la posibilidad de tomar el poder ya, a la vuelta de la esquina. Plantearlo bajo condicionamientos o esquemas preconcebidos para mantenerlo, a como dé lugar, es una especie de “huída hacia adelante” o “de correr la arruga”. En ambos casos, la erosión institucional no es de poca monta.
Los actores políticos en disputa, como suele ocurrir en la guerra, monitorean a diario sus fuerzas, las acciones realizadas, los resultados obtenidos y sin tregua alguna, promueven desde su trinchera, la estrategia hacia la “madre de las victorias”. Nos debatimos entre “la hora de los hornos” y la “exaltación al combate por la libertad”. Es un problema de resistencia. Pendiente: La próxima fecha patria nacional es el 24 de junio. Prestos los “Hijos de Iribarren”. “Todavía Rondón no ha peleao”. Discurso y práctica guerrerista. Ya ni los muertos descansan en paz.
Esa guerra también se libra en el escenario internacional. La ONU espera. Hay demasiados intereses en juego. China y Rusia incluidas. Pareciesen representar, a fin de cuentas, a despecho de Mr. Donald Trump, congresistas norteamericanos y mandatarios latinoamericanos, un muro de contención distinto al de México. En procura de la Paz y contra la violencia, hasta el Papa francisco ha llevado lo suyo.
En medio de la confrontación que vivimos la propuesta de Asamblea Nacional Constituyente, en términos de proyecto público y viabilidad política, implica un esfuerzo y recursos que no se corresponden con el nivel de gobernabilidad o sustentabilidad institucional actual. Las condiciones económicas son diferentes al Proceso Constituyente pasado. Distintas a la tentativa de Reforma de la CRBV.
La CRBV, la que se aprobó mediante referendo popular y luego se proclamó como la “mejor del mundo”, efectivamente, es la única institución que con el correr del tiempo ha consolidado su sostenibilidad. Por extraño que parezca. Pero para variar, como cosa rara, ambos sectores, primero la oposición y ahora el gobierno, se han propuesto modificarla. Cada cual a su manera y antojo. Sin acuerdo.
Esa CRBV consagra un mecanismo sugerido por el propio Chávez, inspirado en el Ideal Bolivariano (Congreso de Angostura): El Poder Moral Ciudadano, sustentado el Principio de la Separación de Poderes. Tiene la facultad y autonomía para arbitrar el desequilibrio existente entre el Ejecutivo y el Legislativo, lavándole la cara, incluso al Poder Judicial. A un costo político menor y con resultados predecibles, concretos, para fortalecer la precaria sostenibilidad institucional y dedicarse a arbitrar una política económica distinta, sin la cual no hay garantía de triunfo electoral alguno. Ni de contrarrestar la violencia. “Expresión trágica de las necesidades no satisfechas”, según refiere nuestra amiga Nelly Cuenca.
La otra salida, el objetivo de construir la PAZ, como el bien más preciado de los venezolanos, implica evitar lo que pudiéramos llamar el “efecto ave fénix”.