El verdadero reto de Venezuela es más policial que político: Se trata de someter a un hampa desbocada, uniformada y civil, que permea desde los centros de poder hasta sus esbirros en los barrios,
Al agonizante “proceso” venezolano de los últimos 17 años le han endilgado muchas etiquetas: Comunista, Castrista, fascista, socialista, dictadura, tiranía, autoritaria, etc.
Pero en el cada vez menor ámbito de sus componentes no existe ideología. Son los herederos emocionales y morales de las salvajes e ignorantes hordas de Boves y Zamora, embebidos de envidia, complejos de inferioridad, y odio de clases y razas. Toda ideología es en ellos disfraz, parapeto para disimular bajas pasiones.
Son elementos sin dignidad ni autoestima, para quienes “revolución” significa insolente procacidad, anarquía, y los más rastreros procederes.
Su dirigencia se ha pasado 17 años reclamando un “respeto” que jamás conocieron, jamás merecieron, y jamás obtendrán. Nadie les enseñó que, para ser respetados, primero hay que respetar.
Quizás en las filas “revolucionarias” persista algún socialista o comunista idealista – habría que buscarlo con la lámpara de Diógenes – pero los que tenían siquiera un ápice de decencia se han ido distanciado de lo que se ha vuelto un refocilamiento de la más primitiva barbarie.
Los pronunciamientos de semejante gentuza, sus análisis políticos, históricos, económicos y sociales parten de una visión perturbada y corrompida por instintos bestiales. Prácticamente todo lo que dicen es un “entiéndalo al revés”, una perfecta expresión de ese ladrón que cree que todos son de su misma triste condición.
Para ellos “socialismo” es apenas saqueo, despojo, robo, dilapidación y destrucción. Son las nuevas montoneras latinoamericanas, los gorilas de siempre, de civil o charretera, con una voracidad amoral pocas veces vista en la historia.
En Venezuela la palabra “revolución” casi siempre ha sido burladero para disimular un vulgar “quítate tú para ponerme yo”. Por eso florecen todos esos rastacueros denominados “boliburgueses”, con sus excesos y ostentosos festejos de pésimo gusto, de estilos solo comparables al de los deplorables narco-traquetos colombianos.
Peor aún que el latrocinio imperante es la sevicia bestial con que hoy reprimen aquellos seres bajos y primarios, cuya saña salvaje viene de siglos de prédicas incitantes y odiosas, multiplicadas exponencialmente en las últimas cinco décadas.
A la postre, esa mal llamada “revolución” pasará a la historia como un mazacote soez, bajo, grosero, indigno y vil. O sea, la propia “revolución” sucia.