Yuyita Ríos de Chiossone: «Me preocupa el rescate moral de la sociedad»

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Aunque es reconocida debido a su lucha y admiración por la ciudad de Barquisimeto –con énfasis en el casco histórico-, los primeros 18 años de su historia los escribió en la capital venezolana, en donde marcó el rumbo de su vida hacia la música, la educación, la política y el amor a los animales.

Su nombre es Yuyita Ríos de Chiossone y nació durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, un 29 de mayo de 1943, “en la clínica del doctor Eduardo Cuello, que quedaba en San Carlos, cerquita de donde está el TSJ actualmente”.

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Creció en casa de su abuela, doña Francisca de Carmona (mamá Pancha), esposa del fundador del diario EL IMPULSO, don Federico Carmona; “que estaba cerca de la plaza España a Socorro, que es hoy en día la avenida Fuerzas Armadas, a dos cuadras de la plaza de los Bomberos y del famoso cine Hollywood, al que iba a ver unas películas estupendas en el matinal de las 9:00 de la mañana”.

Por tradición familiar empezó su escolaridad en Colegio San José de Tarbes y se graduó de bachiller en el Colegio Nuestra Señora de Guadalupe de las Hermanas Franciscanas de Sabana Grande, aunque también tuvo un breve paso por el Saint Joseph Academy de Filadelfia, Estados Unidos.

“Fui una niña más o menos aplicada. Mi mamá me tenía una institutriz, una maestra que iba todas las tardes a ponerme al día con las tareas, para que yo tuviese tiempo de ir a las clases de música y de ballet”, narró, con el carisma que la caracteriza, nuestra invitada al Desayuno Foro de EL IMPULSO.

 

Entre el ballet y el piano

Concertista desde los 10 años de edad, Ríos de Chiossone protagonizó desde presentaciones en la televisión nacional, hasta toques para grandes públicos en Perú, Colombia y otros países del mundo, llevando la bandera de Venezuela bien en alto. Participó en el concurso pianístico internacional de Leeds, Inglaterra, en el cual, en 1968, llegó a las semifinales.

En ballet, piano y natación ocupaba su día a día Yuyita, pero fue la música con la que se quedó, se formó y profesionalizó, a tal punto que terminó siendo una de las propulsoras del Conservatorio Vicente Emilio Sojo.

-¿A qué edad incursionó en el mundo de la música?

-Creo que tenía entre 3 o 4 años cuando mamá me puso en clases de piano con un profesor que se llamaba Luis Espinel, un tachirense que, por cierto, fue profesor de Judith Jaimes. Estuve poco tiempo con él y me pasaron con la profesora Leonor Guevara Núñez, barquisimetana y tía de Taormina Guevara.

Cumpliendo los siete años me llevaron a la escuela de música del maestro Juan Bautista Plazas. El tiempo que estuve en Estados Unidos también recibí instrucción, pero me gradué en la Juan Manuel Olivares como profesora ejecutante de piano, con título otorgado por el Ministerio de Educación a mis 17 años.

Te voy a confesar que entre el piano y el ballet siempre hubiese preferido continuar con el ballet, pero en Venezuela no estaban dadas las condiciones para que alguien desarrollara como carrera el ballet. Me fascinó y me fascinará siempre. Lo dejé como a los 26 años. Llegué a presentarme en las funciones de Taormina y de mi Maestra en Caracas, una señora austriaca que llegó en el barco en el que llegaron los israelíes y todos los refugiados de guerra.

-¿Qué se sentía tocar en los conciertos?

-Daba un miedo horroroso en los primeros. Después a uno se le van abriendo un poquito los canales, a medida que lo van conociendo.

En el internacional de Leed sí me dio muchísimo miedo, de verdad, porque eran unas fieras que venían; cuando salían esos japoneses eran como demonios. Los chinos y los japoneses se comen esa música. Pero hoy en día como que están siendo desplazados por los venezolanos.

 

El amor y un telegrama, su conexión con Barquisimeto

Ella se considera una barquisimetana más, porque cree que los 56 años de estadía en suelo guaro, le otorgan tal distinción.

Conoció a su esposo en la capital larense durante unas vacaciones. A los 18 años se casó y mudó, aunque nunca se separó de Caracas para aprovechar la movida cultural y musical de la época.

-¿Quedó atrapada desde el primer momento que conoció a Pablo?

-No quedé tan impactada. Conversamos mucho y compartimos los mismos gustos, pero un año después él me manda un telegrama para invitarme a su graduación de abogado, y allí empezamos a hablar, como en el año 60.

Luego empezó a visitarme en Caracas y, después de un mes de visitas, ya habló con mi papá formalmente. Por cierto que mi papá no me secundó para nada y en el acto le dijo a Pablo: Mijo, usted se fija que esta niña no sabe cocinar, no sabe planchar, no sabe hacer nada, mire el desorden que tienen en ese cuarto; usted tendrá que tener mucha paciencia”.

Creo que la ha tenido, y mucha, porque sigo sin saber cocinar y sin saber hacer mayormente nada en la casa.

Vivíamos en un apartamento que Pablo alquiló cerca del Círculo Militar, pero en vista de que yo no sabía hacer nada y lo único que tenía como implemento de cocina era un abrelatas, al poco tiempo nos mudamos a la casa paterna de Pablo, en la esquina de la calle 24 con carrera 16, construida en 1875.

Aquí empecé a dar clases de piano en lo que era la escuela de música, aún no conservatorio, que dirigía el profesor Napoleón Sánchez Duque, quien fue profesor de la sinfónica de Venezuela y me conocía desde chiquita; como no había casi profesores graduados con título en Barquisimeto, a los 18 años que ya tenía cuando me casé, empecé a trabajar en la escuela de música que quedaba en la esquina contraria de la casa.

Hoy en día Caracas es la que se me hace extraña. Me cuesta salir de aquí. Yo amo mucho esta ciudad porque esos 18 años caraqueños son cortos al lado de los que llevo aquí. Yo reclamo dos cartas de ciudadanía, la de Barquisimeto y la de Carora, que siempre quedó para estrenar los recitales que yo preparaba para los conciertos.

-¿Qué opina de la Barquisimeto de hoy?

-Yo creo que lo mejor que ha pasado por la ciudad es Omar Montero. Barquisimeto tenía edificaciones bellísimas, como el correo viejo, que fueron derrumbadas sin previsión alguna. No hay ese sentido de conservación y sentido de pertenencia.

-¿Amor por los perros?

-Perros siempre hubo en mi casa. A Pablo le fascinan, a mis hijos le encantan y de tres perros que teníamos pasamos a cuidar 40.

Yo siempre adoré a los animalitos. Incluso tenía una perrita que se llamaba Miñón, ya yo adulta, que viajó conmigo hasta El Cairo, entró a las pirámides y montó camello. Cuando se murió me dio el pésame todo el mundo. Yo la llevaba a mis conciertos y todo, le gustaba oír la música.

 

De militante de AD a secretaria general de Gobierno

Se considera adeca hasta los tuétanos y dice que siempre lo será. Fue secretaria general de Gobierno en la región, y es una luchadora incansable por los derechos de las mujeres y trabajadora desde la parte organizacional.

Distanciada un poco de lo partidista, la madre de Juana Inés (médico) y Pablo Ernesto (piloto en aeronáutica), ahora lucha desde organizaciones como la Red de Instituciones Larenses y la Fundación Bandesir.

-¿Cómo fueron sus primeros pasos en la política?

-Mi llegada a la política fue accidental. Me interesaba la política porque importantes ministros de Acción Democrática y Copei fueron mis profesores. Pero resulta que, una vez, Doris Parra de Orellana, quien estaba casada con un primo de mi suegra, con Fortunato Orellana, invita a Pablo a inscribirse en el partido, pero él no acepta porque era juez y respetaba la institucionalidad. En eso dice doña Doris, ‘pues que se inscriba Yuyita’.

Empecé en el bendito departamento femenino que a mí me choca que exista porque los derechos femeninos se ejercen. Somos iguales y punto. Allí hacíamos actividades más que todo socioasistenciales. Pero poco a poco me fui acercando hacia la cultura y la educación, donde la pelea era más interesante porque se involucran ideas y doctrinas.

-¿Cómo evalúa entonces la política venezolana de hoy?

-Hoy la situación es muy lamentable. Antes, a pesar de todo, las instituciones funcionaban de tal manera que pudieron ser removidos y juzgados dos presidentes, sometidos al imperio de la ley.

Yo veo que lo económico y lo institucional se puede lograr a corto plazo respetando las normas legales. Lo que a mí me preocupa es el rescate moral de la sociedad, porque lleva años de educación en escuelas y hogares. Cuesta muchos años recuperar.

Tal vez en diez años logremos recuperar los valores que hemos perdido, porque estos jóvenes han demostrado su inquietud por su bienestar y futuro. Es obligante que las personas adultas participemos. La familia es la célula fundamental de la sociedad, pero ejerciendo la ciudadanía, porque si no, seguiremos así. Hay que saber ser ciudadanos.

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