Es irónico. En un discurso del 1 de Mayo, cargado de alusiones bélicas, amenazas, agresiones verbales a diestra y siniestra, convocatorias a la guerra de clases y también de anuncios de repetición de las medidas que nos han llevado a la escasez y a la inflación más alta del planeta, Nicolás Maduro anunció su decisión de convocar una Asamblea Nacional Constituyente para la Paz.
El Jefe del Estado que junto a su partido controla todos poderes Ejecutivo, Judicial, Ciudadano y Electoral del Estado, cuya estructura y órganos fueron todos creados según la Constitución que propusieron y de acuerdo a su voluntad, decide que la solución a los problemas que los venezolanos estamos sufriendo es transformar el Estado.
¿Por qué? Porque el pueblo decidió asumir el control del único órgano del Poder Público Nacional a su alcance, y en las elecciones parlamentarias del 6 de febrero de 2016, otorgó la responsabilidad de una amplia mayoría de dos tercios de los diputados a la Asamblea Nacional, a los candidatos de la Mesa de la Unidad Democrática, única alternativa política nacional a quienes hoy conducen al país y lo han llevado a la crisis sin precedentes que lo aqueja en todos los órdenes. Y no soporta Maduro y su gobierno, tener que rendir cuentas, justificar el endeudamiento y los contratos y acuerdos con los cuales comprometen al país, someterse a los controles pautados por la Constitución y tener que dar la cara ante un cuerpo representativo que les exija explicaciones y busque soluciones para la economía, la salud, la inseguridad, la falta de oportunidades para los jóvenes, la decadencia de los servicios públicos.
La Constitución es de todos, pero el Presidente por sí solo, decide que hay que cambiarla. ¿Para qué? Es obvio que una decisión de esa magnitud no puede tomarla una sola persona, y menos cuando su prestigio y respaldo popular están, como los cauchos viejos, lisos y gastados, en la lona. Un referéndum nacional se impone, para que el pueblo decida. Pero el Presidente no se atreve.
Ni siquiera se atreve a convocarla con las bases comiciales de Chávez en 1999. Con voto universal, directo y secreto de todos los venezolanos. La quiere integrada por una mitad de quienes él diga y la otra, escogida como él diga.
Una Constituyente así no está pensada para la paz, ni fue propuesta para la paz, ni es capaz de producir paz. Es una imposición, un acto de guerra contra la mayoría de los venezolanos.
La paz de Venezuela es posible y es imperiosamente necesaria. Hasta ahora, solo hemos visto un pequeño pedazo de los peligros que nos amenazan si seguimos por este curso insensato.
La Paz de Venezuela se logra con respeto a todos, con la plena vigencia de la Constitución, con un Poder Público al servicio de todos y con políticas públicas que rescaten nuestro derecho a vivir y progresar en paz, sin divisiones, sin exclusiones, sin discriminaciones.