Ellos comentaron: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las escrituras?… Y, ellos contaron lo que les había pasado por el camino, y como le habían reconocido al partir el pan”.
Este relato manifiesta un claro trasfondo cultural. Los discípulos tuvieron una profunda experiencia de Cristo, en el culto.
Pues bien, el espacio privilegiado de la presencia del Señor, ha sido, es y será la Eucaristía o Santa Misa. En los evangelios podemos corroborar, como muchas de las apariciones de Cristo, resucitado, las tuvieron los apóstoles, en las comidas hechas con el Señor.
En la Última Cena, Jesús mandó a repetir a los apóstoles, aquel singular acontecimiento en conmemoración suya; por tanto la Eucaristía o Santa Misa, es “el Memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo”. Memorial en sentido bíblico, implica la presencia, la actualización del acontecimiento que se celebra, y no es simplemente un recuerdo.
Por eso en toda celebración eucarística, Cristo está presente. Participar en la Eucaristía ó Santa Misa, significa tener un encuentro personal y comunitario con Él.
Veamos los diferentes momentos eucarísticos:
Acto Penitencial
De tal manera que desde el inicio de la Santa Misa, se realiza el acto penitencial como una forma de mantener la armonía con Dios y con los hermanos, sin reemplazar por supuesto el Sacramento de la Reconciliación, Penitencia o Confesión.
Este primer llamado eucarístico, tiene que ver con la paz, con nosotros mismos, con los miembros de la familia, con la fraternidad social, y por supuesto, con ese sentirnos amados por Dios y amar con gratitud a ese gran Padre Celestial.
La Eucaristía es paz personal y comunitaria. En la primera parte, solemos cantar de pie.
Liturgia de la Palabra
Luego del gloria en este domingo del tiempo pascual y la oración, pasamos a la Liturgia de la Palabra, en donde escuchamos atentamente los textos bíblicos de la primera y segunda lectura, por supuesto sentados; para la lectura del Evangelio, nos ponemos de pie, y estamos atentos a su contenido, esas tres lecturas bíblicas, nos manifiestan diversos aspectos del plan de Dios.
Homilía
Luego en la homilía, el sacerdote, estando los fieles sentados, relaciona o interpreta esa palabra de Dios, explicando su significado, de acuerdo al Magisterio o enseñanza oficial pública de la iglesia y procurando relacionar esos textos sagrados con la vida, con la realidad social, actualizándolos y procurando motivar una fe sentida y gozosa, impulsando a la conversión a Dios y al prójimo, en la existencia diaria.
Credo
Luego de pie, hacemos la profesión de fe, o sea la síntesis de las principales verdades o principios católicos que debemos conocer y practicar, eso es el credo.
Hacemos la oración de los fieles, como peticiones, plegarias sinceras, que surgen de nuestro ser Iglesia, como por tanto de nuestros anhelos, preocupaciones y esperanzas, debemos oírlos bien, y pedir no mecánicamente, sino muy conscientes de lo que hacemos.
Liturgia Eucarística
Llegamos hasta la liturgia Eucarística, iniciada por el ofertorio en donde presentamos y ofrecemos el pan y el vino, como frutos de la tierra y el trabajo humano, a fin de ofrendar también nuestros sufrimientos, alegrías y esperanzas; permaneciendo sentados.
Cuando se inicia el prefacio, nos ponemos de pie, culminando con “El Santo” como himno de adoración y alabanza.
Anáfora
Llegamos a las anáforas o plegarias eucarísticas en sí mismas, en donde se realiza la consagración como transformación mistérica del pan y el vino, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo… Ante este misterio de fe, permanecemos de rodilla o de pie. Habiendo recordado a nuestros difuntos y vivientes, llegamos al rito de comunión, en donde unidos decimos la oración del “Padre Nuestro”. Debidamente preparados, sin pecado mortal o venial, recibimos como alimento de nuestra fe, el Cuerpo de Cristo.
Rito de Conclusión
En el Rito de Conclusión, nos unimos al celebrante en la oración. Luego el que celebra bendice a los fieles, y los invita a continuar viviendo en esa misma fe.
La Santa Misa Dominical
Por lo tanto asistamos a la Misa Dominical, llenos de convicción por propia iniciativa.
Vivamos ese encuentro con Dios y con los hermanos, como pueblo de Dios.
No lo hagamos de manera mecánica y formalista; disfrutemos la Santa Misa, participemos, llenémonos de amor a Dios y al Prójimo.
Cuánto bien le hace la Santa Misa, al ser humano, al cristiano, al católico; cuanto bien hace la Eucaristía o Santa Misa a la familia; la vuelve unida, comprensiva, amistosa, humilde, feliz, llena de Dios.
Vivamos nuestra Misa Dominical, especialmente para que podamos decir con los Apóstoles “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las escrituras?”. –Que así sea-