La vieja frase criolla “si lo suelta el chingo, lo agarra el sin nariz” parece relatar el proceder de dos sanguinarios bandidos que actuaban de conjunto en la cruenta Guerra Federal venezolana.
Describe el dilema de quién, haga lo que haga, inevitablemente terminará mal; y explica el trance de un sistema nacido cual árbol torcido, con violencia entre gallos y medianoche, que no encuentra final feliz posible.
Corren el riesgo de toda tiranía que al final concede demasiado poco, demasiado tarde:
Aún podrían optar por la lógica civilizada de una salida electoral genuina y negociada, frenar un poco la acelerada evaporación de sus tradicionales fuentes de apoyo político, y lograr una retirada más o menos decorosa para parte de su dirigencia. Pero jamás podrán eludir la contundente redoblona de repudio que le espera en cualquier votación transparente, justa y equitativa.
Si intensifican su reinado de terror caerán más profundamente entre las garras de guardias pretorianas sin principios ni escrúpulos, de donde inevitable saldrá – antes que después – un “quítate tú para ponerme yo” en la pugna por controlar los mermados despojos del tesoro, y ante el convencimiento de que cualquier otro cafre armado puede hacerlo mejor que los actuales.
Los inútiles detritus tóxicos que dejó en su estela un extinto meteoro de ruina y devastación han sido incapaces de vertebrar una opción política viable más allá de brutos gruñidos y torpes zarpazos. Llamarles mediocres es casi un elogio.
Tampoco recibirán oxígeno así momentáneamente logren extender un poco su estéril y destructivo mandato. Continuarán en una muerte lenta por atrición y erosión, porque todo tiempo adicional solo resultará en más de lo mismo. Apenas podrían prolongar un poco la agonía de un régimen sin liderazgo, sentido ni razón.
Están acorralados por condiciones políticas, económicas y sociales que ellos mismos han promovido, enfrentados siempre a esa Venezuela pensante y constante que durante 17 largos años se ha negado empecinadamente a sucumbir ante un delirante proyecto.
Hagan lo que hagan sufrirán un constante desgaste hasta el impredecible instante en que aparezca la inevitable gota que derrame la copa.
Hoy no se sabe a ciencia cierta cual será el desenlace final del aberrante interregno, pero la dramática realidad del régimen es que, si los suelta el chingo de unas elecciones libres los coge el sin nariz del total fracaso y la traición, todo ante una implacable oposición de esa mayoría decente de venezolanos y venezolanas que ha demostrado con creces que jamás entregará su libertad.
Antonio A. Herrera-Vaillant