Acabo de leer y retuitear a mi amigo Leopoldo Castillo: “Se requiere talante democrático y serenidad en los días por venir. Cualquier paso en falso y terminamos en desastre”. El consejo no puede ser mejor, ni más oportuno.
Vivimos tiempos difíciles, de esos que aumentan la exigencia, tanto a los ciudadanos de a pie, como a los líderes, aún cuando en la democracia que queremos ser, unos y otros no están separados por muros infranqueables ni ocupan inmodificablemente sus correspondientes pisos en el edificio social. Naturalmente, todos somos ciudadanos. Esa es nuestra condición permanente. El liderazgo es transitorio.
El talante democrático es lo contrario del talante autoritario, tanto como la tolerancia diverge de la intolerancia y la paz difiere de la violencia. No digo que la democracia y la tolerancia sean uniformes y sus aguas sean quietas como las de una bañera o un tanque. Política y socialmente, la uniformidad es una mentira. Las aguas democráticas tienen corrientes como los ríos e incluso oleaje como los mares, por eso requieren de navegantes serenos. Conocedores, alertas, y serenos.
La unidad democrática que con tanto esfuerzo se ha construido, busca representar a todo el país que quiere cambios. Ahora una proporción mucho más amplia de los venezolanos. Es, por lo mismo, diversa. No puede ser de otra manera. No es cosa de pureza de sangre ni de años de resistencia. Es un fenómeno democrático cuya principal fuente generadora es la realidad. La realidad de una crisis tan ancha y tan profunda que se ha vuelto inaguantable para la mayoría de nuestros compatriotas.
No puede reservarse el derecho de admisión, por la sencilla razón de que sería imposible determinar a quién atribuirlo. Imposible e inconveniente. Y, mucho menos, nadie tiene el derecho de atribuírselo. Tampoco podemos justificar un error tan grueso en que no se puede ser democrático ante la dictadura, ni puede haber tolerancia cuando se tiene al frente la intolerancia. Si así fuera ¿Cuál sería entonces la diferencia? ¿De qué cambio estaríamos hablando?
La Unidad es indispensable para el cambio. Para lograrlo y para estabilizarlo. Así que, si bien lo natural en democracia es el debate plural entre opciones, la unidad de los demócratas es todavía para rato. Unidad estratégica, visiones distintas que confluyen en un plan consensuado y ejecutado juntos, en pos de objetivos comunes. Unidad en las reglas, a la hora de convenirlas y a la hora de respetarlas. Y unidad programática, ideas claras, soluciones bien pensadas para el país. En este sentido ya tenemos la base de los Lineamientos para el Gobierno de Unidad Nacional de 2012, discutidos y elaborados por todos, aprobados unánimemente en la MUD y suscritos por los precandidatos presidenciales, que pueden ser actualizados.
Que el gobierno sea abrumadoramente impopular por su ineficacia para atender los problemas más elementales y que la magnitud de la crisis aumente por su causa, no significa que sea inofensivo y esté indefenso. En la fase decisiva que estamos, la mayor fuerza es la Unidad, para que contrasten claramente la democracia y el autoritarismo, la tolerancia y la intolerancia, el progreso y el atraso. Y la claridad natural del amanecer, venza a la oscuridad impuesta por el eclipse de las ideas.