Filósofos e historiadores de todos los tiempos se han encargado de prodigar
advertencias acerca del fenómeno y sus consecuencias, sin que las lecciones
hayan sido aprendidas y asimiladas por algunos dirigentes y gobernantes. Ya en
la primera mitad del siglo pasado, al final de las dos grandes confrontaciones
bélicas, se pensó que la experiencia fuese aleccionadora. Desilusión total.
Se crearon instancias mundiales para tratar de garantizar la paz, como en el
caso de la Organización de la Naciones Unidas, ONU, y regionales como la
Organización de Estados Americanos, OEA. La práctica evidencia cómo desde
adentro se dinamita a las instituciones colocándolas al servicio de los intereses
de un poder hegemónico, sin importar la magnitud de la violencia y la represión
ni el costo en vidas y la destrucción física y cultural de pueblos enteros. En el
panorama actual de cara a las decisiones de los demás líderes mundiales, el
discurso, los esfuerzos y las decisiones del Papa Francisco en favor de la Paz,
lucen insignificantes e intrascendentes. El boicot está a la orden del día en
países de todos los continentes. ¡Hasta en América! Las tensiones por una
guerra nuclear o no nuclear y las intervenciones son cada vez más crecientes.
El caso venezolano es patético. Más allá de la significación del proceso
independentista, con el saldo que dejó, la tradición histórica contabiliza un déficit
acumulado considerable en los siglos posteriores, en detrimento de la Paz y a
favor de la violencia y la represión, en medio de la búsqueda de la estabilidad
política y el bienestar general. El período denominado de reinstauración
democrática que se inicia con Rómulo Betancourt está marcado por la
subversión del orden público a tal extremo, que el Gobierno tuvo que suspender
las garantías constitucionales para enfrentar con el aparato represivo del Estado
(Ejército, SIFA y DIGEPOL), el terrorismo y la violencia auspiciado por la
oposición, representada en los partidos de izquierda, en aquel entonces: PCV y
MIR, cuyos diputados fueron inhabilitados. Entre otros textos, El Libro Rojo, del
historiador Luis Cipriano Rodríguez, recientemente fallecido, recoge testimonios
interesantes al respecto, frente a versiones que muestran otra visión.
Cada vez que se puso en jaque al poder gubernamental (1989, 2002, 2012 y
2014), al igual que hoy, la represión y la violencia superaron a la Paz. Sin
prescindencia del contexto en cada época, parece reafirmarse la constatación de
una impronta histórica asociada a la incapacidad de la dirigencia política e
institucional nacional por colocarse a la vanguardia de los requerimientos de
política. La participación de actores internacionales condenando la represión del
Gobierno y sin alusión a la violencia de la oposición es significativa.
El juego más adictivo en esta temporada de semana santa fue el de la violencia y
la represión. Nuestro estado Lara marcó la pauta macabra. El gobernador, bajo
presión política, creó el Consejo por la Paz y la Justicia. Loable iniciativa, al
incorporar al gobierno local. Sin hipocresía, se requiere la cooperación de la
Policía Nacional para enfrentar a paramilitares, mercenarios, tarifados,
guarimberos y colectivos.
Al momento de escribir estos planteamientos está por iniciarse las marchas
convocadas por Gobierno y Oposición. Sin ingenuidad política, ojalá se imponga
la PAZ y la inteligencia por encima de la estupidez y la barbarie institucional.