Ante la evidencia de la represión desatada, contra aquellos que exigen respeto a la Constitución, respeto a su voluntad, y respeto a su derecho a reclamar algo distinto a un fracaso hecho imposición tiránica, cuestan las palabras, como cuesta aceptar la pretensión de erigir la mentira y la criminalización de toda disidencia como bandera del poder.
¿Cuántas fronteras hacia el horror ha cruzado la “revolución”?¿Cuántos límites a la cordura y a la sensatez han traspasado los que hoy se atornillan a un poder que se les escurre cada día más, al calor de cada violación a la Ley, a la sombra de cada crimen contra la democracia y la decisión de una mayoría de ciudadanos que señalaron su desacuerdo con una forma de gobernar y entender el país? ¿Cuántos delitos más desean anexar a una gestión que va alimentando un prontuario de corrupción, saqueo, persecuciones, cárcel a opositores, burla al mandato de alcaldes y diputados elegidos, destituidos por el capricho de quienes no aceptan el ocaso de su poder e influencia?
Muchos. Diversos. Y lamentablemente incontables son esas rayas que ha cruzado y está dispuesto aun a traspasar un régimen cuya careta democrática hace rato yace en el suelo, frente a países que antes guardaban un diplomático silencio en un pasado reciente de regalos petroleros y carismas complacientes del culpable del actual desastre, hoy ausente.
Frente al cierre de los mecanismos constitucionales que hubiesen activado un proceso revocatorio; ante la grosera parcialidad y sumisión de los Poderes Públicos, y entre ellos, el Electoral; ante el bloqueo político y judicial que el Ejecutivo ha montado contra una Asamblea Nacional de mayoría opositora; ante el incremento de los presos políticos, las detenciones arbitrarias de quienes manifiestan de diversas maneras su desacuerdo con el gobierno de Nicolás Maduro; y sobre todo, ante el desastre económico, de hambre, escasez y miseria que la política de destrucción de la empresa privada, de persecución y satanización al sector empresarial, y de espejismos y “guerras económicas” que se esgrimen para tapar el fracaso del estatismo y la regulación desbordada de toda actividad particular, la protesta de calle emerge como la respuesta de un país que grita y se manifiesta por un cambio político urgente.
El gobierno de Maduro intenta vanamente gobernar, y como no puede hacerlo, reprime y aplasta la protesta con lacrimógenas, cárcel y perdigón. No tiene ya respuestas que ofrecer. No tiene ya argumentos que exhibir. Solo represión, retórica gaseosa y mentira. La dictadura es una palabra que ya no les incomoda ni asombra, y parecen hasta reconocerse en sus letras, vocales y consonantes, cuyo eco se amplifica a cada hora.
La Semana Santa nos recuerda la resurrección de Jesús. Y se me antoja un símil con el país. ¿Podrá resurgir Venezuela de este foso en el que el autoritarismo militar y socialista lashan metido? ¿Podrá renacer de las cenizas de la vorágine del chavismo? No tengo ninguna duda. Claro que podrá. Mientras tanto, la dignidad resiste en las calles a los represores de una tiranía que prefiere radicalizarse y evadirse de la realidad.