Estos últimos días se han caracterizado por una semana mayor plena de acontecimientos en Venezuela. Las presiones desde la polarización y la severa crisis económica que atravesamos han resultado en un reavivamiento de la violencia en el frente político-social.
No existe duda que estamos en una especie de momento-cumbre donde el destino del país está en juego y de acuerdo al enfoque que se maneje desde el liderazgo las consecuencias pueden impactar las expectativas de la gente a corto, mediano y largo plazo. Venezuela es el centro de atención continental y más allá. Hay un desgaste importante de la gestión presidencial hacia donde apuntan las mayores responsabilidades que la sociedad venezolana está calificando en estas circunstancias. Este fenómeno en particular debe ser visto con mucha profundidad para facilitar y viabilizar cualquier proceso político que pretenda intentar solucionar la actual coyuntura.
Existen dos maneras claras de abordar el juego político. La primera tiene que ver con el ajedrez. Una suma de movimientos estratégicos y tácticos desarrollados por el liderazgo político que va estableciendo las condiciones apropiadas usando todos los mecanismos constitucionales y legales. Desde esta perspectiva se buscan los parámetros más cercanos al concepto ganar-ganar. Puede que las jugadas impliquen algún sacrificio (incluyendo al rey) para facilitar transiciones que satisfagan plenamente a la sociedad y desmonten escenarios de violencia.
La perspectiva ajedrecística ha sido aplicada en múltiples casos, inclusive, entre aparentes adversarios irreconciliables en la historia (Henry Kissinger con China en los setenta, la extinta URSS con Estados Unidos por más de cuarenta años de “guerra fría”, entre muchos casos más). Cabe destacar que en la Venezuela actual este modo de resolver los conflictos con los últimos acontecimientos y las declaraciones de los actores políticos protagonistas luce un poco complicado de llevar adelante.
La segunda manera tiene que ver con el conocidísimo juego de “bolas criollas” practicado en todos los rincones del país y cuyo principal movimiento valorado por quienes lo practican y lo ven es el típico “boche clavao” que significa un golpe contundente a la bola mejor ubicada del adversario. Un boche “certero” que desplaza a quien tiene el liderazgo de la bola más cerca del “mingo” o “posición de poder” en el juego. Es un modo práctico de proceder pero aplicado a la política puede ser extremadamente grave y sus consecuencias pueden perdurar por décadas y generaciones enteras de inestabilidad institucional.
Desde mi humilde visión, las condiciones graves por las que está atravesando Venezuela deben ser proclives para razonar ajedrecísticamente y promover un sacrificio certero de un actor fundamental para poder encausar una solución de alto nivel que desmonte rápidamente los escenarios de violencia. Este actor obviamente debe ser aquél que más repudio tenga de la sociedad venezolana, aquel que concentra el mayor cúmulo de asociatividad en el imaginario colectivo con la crisis que impacta la cotidianidad de la gente en una forma muy dura y sin precedentes históricos. Un movimiento de esta naturaleza facilitaría pasar a un estadio de negociación política que generaría amplia credibilidad, reacomodos institucionales y políticos cercanos a un ganar-ganar.
Se reactivaría la confrontación por medios políticos-electorales y se oxigenaría la democracia venezolana. Es claro que esta visión aparece muy difícil de concebir en el escenario actual – inclusive peca de ser ingenua- sobretodo cuando determinados intereses y actores están jugando justamente a la manera de las bolas criollas y el “boche clavao”. Pero si no se aborda con sentido común, especialmente desde el Psuv y sus factores internos, las consecuencias pudieran ser mucho más dramáticas que las condiciones económicas que estamos padeciendo en la actualidad.
Lo cortés no quita lo valiente… el liderazgo político venezolano tiene una enorme responsabilidad en este momento-cumbre. No intentar actuar apegados a la “voluntad general” tal como lo señalaba Rousseau, es una conducta suicida con implicaciones para toda la sociedad.
El restablecimiento de la confianza debe ser el norte de actuación en esta hora crucial. Hay muchos “managers de tribuna” que están poniendo el caldo “morao” empujando hacia una dirección netamente guerrerista. Los actores de la prudencia deben actuar inmediatamente aún en las condiciones más duras de ataques de la opinión pública vía redes sociales.
La historia, no en el lejano plazo sino en lo inmediato, les va a premiar esa conducta ajedrecística y racional contraria a una caimanera sin dirección ejecutiva.