El Mercado San Juan cada domingo ocupa los espacios del centro de la ciudad. Cientos de tarantines son armados desde la calle 37 con carreras 16 y 17 y se extienden por sus alrededores. El crecimiento de los vendedores informales en esa zona se convirtió en algo evidente.
El mercado era reconocido por ser un punto en donde los ciudadanos podían adquirir cualquier tipo de productos: ropa, zapatos, lencería, juguetes para niños, accesorios y hasta artículos para el hogar; con precios que si se comparaban con el comercio tradicional, eran muchísimo más económicos.
Sin embargo, más de la mitad de los vendedores que allí hacen vida, modificaron su dinámica de venta. Los productos de marcas o de imitaciones fueron cambiados por artículos de segunda mano y en su mayoría, la extensión del mercado, se convirtió en una inmensa venta de garaje.
Al hacerse un simple recorrido por el mercado es notable cómo las aceras fueron ocupadas por ciudadanos, que al no tener su tarantín, colocan una sábana en el piso donde exhiben sus productos. Quienes ofrecen su ropa en buen estado, para mostrarla, la enganchan en la cerca que rodea la plaza San Juan.
Vendedores que tienen más de 20 años en el negocio, aseguran que en los últimos cuatro meses incrementó el número de comerciantes en más de 50 %, y que en su mayoría son ciudadanos que no revenden mercancía sino que ofrecen lo que tienen en su hogar.
Este es el caso de Miguel Adino. Anteriormente trabajaba como taxista pero se le dañó una pieza a su vehículo y no tuvo cómo costear los repuestos, desde entonces, cada domingo vende zapatos, ropa, controles, monedas antiguas, carcasas de celulares; productos que detalla estaban arrimados en su casa y en la de sus familiares. “Lo poco que hago me da para comprar aunque sea dos kilitos de harina. El fin de semana pasado vendí 10.000 bolívares y el resto de la semana ofrezco mis productos en cualquier punto del centro de la ciudad”.
Varias son las amas de casa que han tenido que dejar el cuidado del hogar para conseguir una entrada de dinero. Para ellas, que no tienen recursos para invertir en mercancía, la mejor opción es vender lo que ya tienen a su disposición.
La vida de Yuleidi Colmenárez cambió cuando a su esposo lo despidieron de Urbaser.
Colmenárez, con cuatro meses de embarazo, se coloca en una esquina de la plaza a vender la ropa que usaba años atrás y mantiene en buen estado. Relata que con lo que venden cada domingo le da para comprar los dos kilos de carne con los que alimenta a su familia a lo largo de la semana.
En tanto, Iris Sánchez, vende su ropa y accesorios porque su esposo fue inhabilitado del trabajo por una discapacidad, pero en la mañana del domingo tan solo había producido 1.000 bolívares de ganancia.
Gritzko Terán es un artista plástico jubilado, que en el mes de diciembre decidió dirigirse al Mercado San Juan y ofrecer los corotos por los cuales había trabajado toda su vida para adquirirlos. “Agarramos los closets y empezamos a sacar todo. Aquí estoy vendiendo las cositas de mi nieta, que tuvo que emigrar a España y una hermosa lámpara de cristal que decoraba la sala de mi casa, pero como usaba cuatro bombillos y están muy costosos, la mejor decisión era venderlo. A esto nos ha llevado la dictadura en la que está el país. Tenemos que ser creativos para sobrevivir”.