Al principio, Dios creó al mundo y en el mundo surgió el planeta Tierra.
En este planeta creó a Adán a su semejanza, y para hacerle un cuerpo semejante, de un hueso del hombro de Adán creó a Eva. Con la unión de ambos nacieron dos hijos: Abel y Caín. Abel fue el signo de las virtudes. Caín fue el signo de los defectos.
Os digo, vuestras virtudes y defectos existieron desde el inicio. ¡Oh Creador de este mundo! Le advertisteis a Eva que no paladeara aquella manzana, le diste a ambos todo lo indispensable para multiplicarse y vivir en paz.
Eva no atendió vuestro mandato, quiso probar aquella manzana y de vuestro vientre brotó el bien y el mal.
Os digo, combatid el mal de vuestra mente, entonces su espíritu se llenará de virtudes, haréis que el bien prevalezca en vuestro pensamiento, sentiréis el alma sin defectos, tendréis las virtudes.
Es igual al canto que emana de la garganta del cantor, es igual al sonido de la música de aquel que domina las cuerdas de su violín, es igual a la escritura del que discurre con su mente y con su alma. Es igual a la siembra del agricultor, que riega el sembradío con su vida.
Y ¿qué más virtud que la voz del cantor, el sonido de la música, el escrito de la mente, la siembra regada de vuestra vida?
Os digo, cuando rectifiquemos y superemos los defectos, obtendremos las virtudes.
Cuando las virtudes exterminen a los defectos, retornaremos a nuestro origen.