En el Evangelio de San Juan (Jn. 11, 1-45) observamos el impresionante relato de la llamada resurrección de Lázaro, el amigo de Jesús, hermano de Marta y María, quien -según palabras de Marta- ya olía mal, pues llevaba cuatro días muerto.
Ahora bien, lo de Lázaro no fue propiamente “resurrección”: fue más bien “revivificación”, porque éste regresó a la misma vida que había vivido antes. Y la resurrección no es volver a esta vida que tenemos, sino a una infinitamente superior.
En la resurrección nuestra alma se unirá a nuestro mismo cuerpo (CIC #997), pero éste no será igual al que ahora tenemos- sino que será un “cuerpo de gloria” (Flp. 3, 21).
Será un cuerpo que ya no volverá a morir, ni envejecer, ni enfermar, ni sufrir. Será un “cuerpo espiritual” (1a. Cor. 15, 44).
¿Cómo irán a ser nuestros cuerpos resucitados? Conocemos de dos: el de Jesús Resucitado y el de la Santísima Virgen María. Jesucristo resucitó con su propio cuerpo. En efecto, le dice a sus Apóstoles después de su Resurrección: “Miren mis manos y mis pies; soy Yo mismo” (Lc. 24, 39). El “cuerpo espiritual” de Jesucristo era ¡tan bello! que no lo reconocían los Apóstoles… tampoco lo reconoció María Magdalena. Y antes de haber resucitado, cuando el Señor se transfiguró ante Pedro, Santiago y Juan, mostrándoles sólo parte del fulgor de Su Gloria era ¡tan bello lo que veían!, ¡tan agradable lo que sentían! que Pedro le propuso al Señor hacerse tres tiendas para quedarse a vivir allí mismo. Así es un cuerpo resucitado. Y el Señor nos promete que si obramos bien vamos a resucitar igual que Él.
Los videntes que dicen haber visto en alguna de sus apariciones a la Santísima Virgen -y la ven en cuerpo glorioso como es Ella después de haber sido elevada al Cielo- se quedan extasiados y no pueden describir, ni lo que sienten, ni la belleza y la maravilla que ven. Así es un cuerpo resucitado.
Y ¿cuándo será nuestra resurrección? Algunos creen que la resurrección sucede enseguida de la muerte. Pero no es así. El Catecismo de la Iglesia Católica dice que sin duda será en el “último día”; “al fin del mundo”… “cuando se dé la señal por la voz del Arcángel, el propio Señor bajará del Cielo, al son de la trompeta divina. Los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (1a.Ts. 4, 16) (#1001).
Pero sucede que hoy día la gente anda encantada pensando en la reencarnación, la cual está negada en la Biblia (leer la rotunda negación que la Biblia nos da en Sabiduría 7, 6 -Hebreos 9, 27). Esta falsa creencia contempla la vuelta a esta misma vida, como sucede en la revivificación… pero la diferencia está en que se cambia de cuerpo. ¿Cómo? Sí. Los que creen en ese engaño piensan que se regresa a un cuerpo que no es el mismo que se tenía antes, pero que -igual al anterior- se va a envejecer, a corromper, va a volver a morir. ¿Cuál es la gracia, entonces?
Si tenemos la promesa del Señor de nuestra futura resurrección, ¿cómo puede ser que la gente de hoy, algunos inclusive cristianos, estemos prefiriendo la re-encarnación a la resurrección? La reencarnación no sólo está negada en la Biblia, sino que es un “imposible”, es un mito, es una patraña. Pero si es que fuera posible, ¿cómo puede parecer más atractivo reencarnar en un cuerpo que se va a volver a enfermar, va a envejecer, va a descomponerse, va a volver a morir. Y, como si esto fuera poco,no es mi cuerpo.
¿No es mejor opción resucitar en cuerpo glorioso, como el de Jesucristo y la Virgen, para nunca más morir, ni envejecer, ni enfermar, ni sufrir? ¿Cuál es el interés en re-encarnar, si vamos a ser inmortales?
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