La diversidad en la oposición es real y puede ser utilísima, siempre y cuando haya convencida adhesión a la unidad estratégica para enfrentar la peor crisis en la historia del país.
El anuncio de precandidaturas presidenciales en la oposición democrática, y las predecibles por parte de cualquier otro u otra aspirante, lo mismo que las que hace rato andan en la calle para gobernaciones y alcaldías, pueden lucir a algunos inoportunas por anticipadas. Tal vez lo son, tal vez no. Pueden resultar motivadoras y movilizadoras de una opinión mayoritariamente descontenta y deseosa de cambio, dispuesta a respaldar a una alternativa ante problemas insoportables que empeoran para todos. Pero, claro, hay incógnitas a despejar, pues no por mucho madrugar amanecerá más temprano.
Voluntad Popular espera que lanzar a su líder López sirva para fortalecer la lucha por su libertad y, eventualmente, colocarlo en posición ventajosa en la carrera presidencial. Lógico que, por su parte, el Coordinador Nacional de Primero Justicia Borges responda a los periodistas que el candidato de su partido sería Capriles, quien tiene un buen trecho recorrido. Lo mismo vale para AD, gracias al posicionamiento alcanzado por Ramos Allup en 2016. Y aunque prefiera la prudencia, no es secreto que Falcón tiene la candidatura en la mira, ni que nadie se sorprendería si Rosales lo intentara, de ser electo gobernador del Zulia.
Esa pluralidad de opciones podría ser una gran ventaja, porque aquí abunda lo que en el oficialismo escasea. En ese desierto, lo que parece oasis es espejismo. Pero también puede ser un grave inconveniente, de mantenerse sin resolver gruesos problemas políticos que son como derrumbes que obstruyen el estrecho y resbaladizo camino al cambio. Adelanto dos.
El primero es si habrá elecciones o no. La arbitrariedad lo ha puesto en entredicho. Difirió el voto para gobernadores y lo mantiene en la incertidumbre junto con el de alcaldes. Su plan es desmoralizar y desmovilizar a la mayoría descontenta y dividir a la oposición política, antes de decidir cualquier convocatoria electoral. Sin una lucha política integral, inteligente, unida y tenaz –los cuatro elementos necesarios no se sustituyen mutuamente- no se rescatará el derecho de los venezolanos a resolver la crisis en paz y votando.
El segundo es la forma de decidir las nominaciones, que debería ser la más abierta e inclusiva posible, un proceso de suyo complejo que, otra vez, requerirá de mucha sinceridad en el compromiso unitario.
La mayoría venezolana desea un cambio. Su proporción aumentará. Pero las victorias se alcanzan cuando se concretan, no antes.
El modo cómo los responsables políticos de viabilizar el cambio lidien con esos dos retos, les dará el piso de credibilidad nacional e internacional –otro requisito en estos tiempos- para que sus aspiraciones, legítimas pero supeditadas al interés y la realidad nacionales, se cumplan.