A lo largo de la historia han ocurrido muchísimos juicios que en ningún caso significaron la realización de una justicia justa en el sentido de que los acusados con harta frecuencia eran señalados como autores de delitos inexistentes o estos eran presentados de manera arbitraria o exagerada y que significaba la muerte o la cárcel por largos periodos de tiempo y que, en ningún caso, intentaron evadir las consecuencias de la injusticia.
Uno de los más conocidos fue el de Sócrates, el filósofo griego condenado a morir bajo la acusación de corruptor de la juventud y de desapego a los dioses griegos. Lo que hizo que este fuera un juicio histórico fue el hecho de que Sócrates, aun sabiendo de lo absurdo de las acusaciones, por razones de principios se negó a huir de Atenas, algo que sus amigos le proponían con insistencia. La cuestión básica era que Sócrates, que toda su vida había señalado la importancia de respetar las leyes no podía, ahora, irrespetarlas para su conveniencia. El juicio a Sócrates se realizó en circunstancias terribles para la ciudad de Atenas: acababa de ser derrotada en la guerra del Peloponeso y sus vencedores le impusieron un gobierno tiránico. Pero al tiempo, las cosas se normalizaron, los acusadores sufrieron las consecuencias de haber llevado a juicio al hombre considerado más sabio de la ciudad y el nombre de Sócrates, 2500 años después, todavía hoy es ejemplo de una extraordinaria posición ética.
Otro juicio celebrísimo fue el de Jesús en el cual, de nuevo, se juntaron factores políticos para condenar un hombre inocente que, también esta vez, rechazó evadir su muerte segura recurriendo a los poderes de su padre y de sus partidarios. De hacerlo, hubiera significado la negación de la profecía, lo que hubiera dado al traste con el valor simbólico de su sacrificio.
Así mismo ocurrió con Juana de Arco, condenada por razones de herejía cuando realmente eran políticas. Murió en 1431 quemada en la hoguera pero finalmente la iglesia católica reconoció que el juicio fue un grave error, reivindicó a Juana de Arco declarando la santa y mártir y Francia la adoptó como su patrona.
También en Francia, en 1894, ocurrió el caso de Alfred Dreyfus, capitán del ejército condenado bajo el cargo de traición a la patria, al destierro en el penal de la Isla del Diablo. Pronto se demostró que en realidad se lo condenó por ser judío. Al tiempo, la fuerte reacción de un grupo de intelectuales logro reivindicar al condenado, lo que está en línea con la tradición que cien años antes había inaugurado Voltaire en sus numerosas luchas contra el abuso de poder por regímenes totalitarios, una tradición con la que muchos intelectuales de todo el mundo se identifican.
La historia de juicios injustos es larguísima.Maduro contribuyó con el caso, entre otros, de Leopoldo López, condenado a 15 años bajo cargos que no se demostraron que fueran verdad y del que se sabe que su condena obedece a la razón política de sacar de en medio a un importante líder, una práctica común en todos los regímenes totalitarios. Su liberación se ha convertido en un clamor nacional e internacional.
Tarde o temprano Leopoldo será liberado y reivindicado y sus perseguidores ocuparan, a su vez, el banquillo de los acusados.