Si bien hay razones para señalar que en la sociedad venezolana se vive al borde de los días, por erradas políticas de Estado y la crónica diatriba político partidista, entre oficialistas-opositores. No es menos importante la manera como se asumen estos asuntos en la Venezuela del siglo XXI.
Porque no solo estamos padeciendo hambre y desnutrición. También la informalidad del lenguaje está acabando con la poca decencia ciudadana. Existe una absoluta tolerancia a los extremismos informales, que se han convertido en práctica diaria y alcanzan la totalidad de la vida republicana.
Esto que indicamos se muestra a través, obviamente, del lenguaje. Sea éste verbal o en las miles de maneras como el cuerpo se comunica. Los neolenguajes informales, obscenos y vulgares, están convirtiendo al venezolano en un mono aullador. Aún y con sus modernos y sofisticados artilugios cibernéticos, lo cierto es que si usted se acerca a cualquier oficina pública o privada, la excesiva informalidad lo devora.
La obscenidad del lenguaje ha terminado contaminando la vida ciudadana y convertido las relaciones sociales en mugre comunicacional. El lenguaje de la obscenidad ha invadido la vida del venezolano, vulgarizando el idioma y empobreciendo la inteligencia del venezolano.
La experiencia conduce a ejemplos, como las relaciones padre-hijo, docente-alumno, supervisor-supervisado, entre una larga lista, que termina en las iglesias, conventos y cementerios.
Hablar de ello frente al drama social, de hambre y desnutrición, parecería algo trivial. Sin embargo, cuando se superen los escenarios político-sociales, y financiero-económicos, tendremos frente a nuestros ojos, el drama humano de una generación doblemente abúlica: famélicos rostros de seres humanos, incapaces de valerse por sí mismos, y también incapacitados mentales que no alcanzan a construir un lenguaje de la sobriedad para expresarse de manera coherente y con lógica discursiva.
Ensimismados, traumatizados y prisioneros de una realidad que nos humilla y veja a cada momento. El lenguaje de la vulgaridad, de la obscenidad, es la clara manifestación de quienes son incapaces de comprenderse y comprender el mundo que les circunda. Ese tipo de lenguaje, esas maneras de expresarse, como herramientas de comunicación, lejos de enriquecer el idioma y el alma de quien las usa, son claras manifestaciones de seres humanos que no hacen vida cívica y mucho menos, fortalecen la vida republicana ni la actitud democrática.
Porque, ciertamente, habitar en una sociedad no es suficiente para calificar como ciudadano, ni tampoco declarar constitucionalmente que se habita en una sociedad democrática, es suficiente para ser demócrata ni asumirse como ser que existe en democracia.
Habitar en una sociedad democrática exige una actitud proactiva, de permanente defensa y fortalecimiento del ser democrático. El desarrollo de un lenguaje lógico, coherente y cohesivo es inherente al cultivo de la cultura democrática. Contrariamente, los regímenes bárbaros, como el actual venezolano, se soportan en lenguajes permisivos de ruina moral, altamente corrompidos y corruptores. Para ello, el lenguaje de la vulgaridad, la obscenidad y el atropello, son sus mejores herramientas.
La actitud democrática no tolera la obscena informalidad del lenguaje ni mucho menos, su vulgar expresión. Ello porque son maneras claras de atraso y corrupción.
Estamos transitando por terrenos frágiles, donde en cada esquina te asaltan los neo lenguajes de la informalidad. Usos y costumbres diametralmente opuestos a los principios y valores que han sido nuestra tradición en el cultivo del ser venezolano. Nuestro lenguaje tiene saber y también sabor. Lenguaje de las emociones y también de la sapiencia ancestral. Pero nunca jamás, el de una cotidianidad que nos invade con su carga indolente que ofende, humilla y corrompe la condición humana.
Es tiempo de sanar nuestro lenguaje. Adecentar las relaciones humanas. Prepararnos para celebrar la nueva vida en democracia. Y para ello, una nueva actitud de formalidad cívica de nuestro lenguaje debe ser cultivado en los actos de solidaridad, acompañamiento y vocación de servicio al prójimo.
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