La inercia se ha apoderado de la cotidianidad del venezolano. Un ritmo lento y monótono parece ir tomando las calles cada vez más vacías, el silencio de las tardes de siesta va también ganando terreno a lo largo del resto del día y de la noche. La ciudad va menguando, y con ella sus habitantes flotan como fantasmas sin percatarse de la vida que se les va de entre las manos. El mundo se ha reducido a un torbellino de noticias que no dicen nada, cambios que nunca llegan, y una larga espera hacia la incertidumbre.
En un país que flota entre las dificultades la tarea de opinar también se convierte en un reto, los artículos parecen repetirse, como muy bien alguien acotó la semana pasada. Y es que se termina escribiendo sobre lo mismo porque al final nada ha pasado, más allá de los vaivenes emocionales a los que una cuidadosa estrategia comunicacional de la desesperanza somete a los ciudadanos nada ocurre en realidad. Fuerzas ocultas tejidas por complicidades continúan apoderándose de las riquezas de un enfermo que les sirve agonizando pero no muerto.
El ritmo lento de la indiferencia amenaza con apoderarse de todos los espacios, la falta de concreción es uno de los símbolos de estos tiempos, el posponer para mañana se va convirtiendo en norma. Las dificultades son creadas en todos los ámbitos para disuadir a quien todavía cree que puede hacer la diferencia, y cuando éstas no son impuestas por el Gobierno son promovidas por quienes han sido invadidos por la desesperanza. De esta manera los días se van sin que pase nada, como en una sala de espera en la que se busca cómo matar el tiempo mientras los juegos mentales hacen de las suyas.
Ante este escenario la tentación es a convencerse que otra realidad no es posible, los análisis simplistas y las noticias amarillistas contribuyen a ello. No se trata de ocultar la realidad, pero sin duda el no aproximarse a nivel personal a situaciones extremas como las que se viven hoy en Venezuela con profundidad intelectual o espiritual es un camino seguro hacia la pérdida del sentido de las cosas. Venezuela hoy desfallece por el propio estado de cansancio al que ha llegado la mayoría de quienes habitan en él, un país no es un concepto abstracto sino la gente que habita en él.
¿Y cómo se genera un cambio? Es la pregunta natural a la que toda propuesta de sembrar esperanza lleva. Las respuestas pueden ser múltiples, y varían de persona en persona, pero con bastante certeza se puede decir que desde el estado emocional de la desmotivación o la huída nada pasará. Un buen punto de partida puede ser tener un propósito, los psicólogos así lo señalan. Así que para dejar de lado la excusa de preguntarle a otro cómo generar un cambio tal vez sea propicio plantear la pregunta en términos personales: ¿cómo genero un cambio en mis circunstancias?
Twitter: @lombardidiego