Los senderos de la vida que transitamos son diversos. Unos te conducen hacia el bien, y otros te arrastran hacia el mal.
Tomad los senderos del buen camino y transitad su ruta suavemente, dulcemente, por la senda del amor, de la caridad, para que puedas trillar en ese difícil sendero con la buena voluntad, y así aguantar el dolor con paciencia y resignación.
Sabed que los senderos de la vida son de regocijos y de pena, hay en ellos lo dulce y lo amargo; por ello hay que saber adaptarse al frío y al calor. A fin de consagrar la vida a los logros y a la virtud, es preciso renunciar al orgullo, a la impaciencia, a la cólera, a todo el defecto congénito de la humanidad. Y naturalmente con tesón y perseverancia, se podrá adquirir las virtudes que nos ayudarán a escalar la empinada ruta del sendero fraterno hacia esa grandiosa cumbre del perfeccionamiento de nuestras actitudes, en cuya cima brilla la luz como un Sol naciente, que refleja sus rayos hacia el horizonte, hacia donde tienden los anhelos de nuestros corazones, incesantemente.
En cambio, si tú eliges el sendero del mal y te sumerges en los placeres corporales, caerás directamente en el abismo de las tinieblas y la opacidad. Te adaptarías al mal que te rodea satánicamente por el terror. Pensad detenidamente cuál ruta escogeréis: La desesperación o la esperanza. El derrotismo o el triunfo. La fortaleza corporal o la espiritual.
Oh, ¿acaso no te das cuenta de cuál de las dos fortalezas te acompañará hasta el final? ¿Cuál de los senderos elegiréis para no errar el camino, y estar en la cima que escalaste toda la vida, o estar en las tinieblas y la opacidad?
Os digo, cuando estemos en el más allá haremos llegado al fin de sendero.