La primera respuesta de los defensores del gobierno dictatorial y narco-corrupto – lo dicen los datos del Informe Almagro – de Venezuela, ante el pedido del Secretario General de la OEA de intimarlo para que cumpla ya con la democracia o se atenga a las consecuencias sancionatorias que aparejan su conducta contumaz, ha sido la de señalar que el mismo no logrará los votos para ello.
Al gobierno de Costa Rica le basta decir que no acompaña la suspensión de Venezuela como miembro de la Organización, en tanto que el peruano apoya la invocación de la Carta Democrática Interamericana, que a su vez la canciller argentina –muy resbaladiza– considera que no resolverá la crisis. Las posiciones finales dentro del Hemisferio, sin embargo, no se han dilucidado, salvo lo ya dicho por el acusado: ¡No lograrán condenarme!
Pues bien, quienes se contentan con estas nimias y triviales percepciones sobre el Informe de actualización del otro original, que les entregara Luis Almagro a los gobiernos de los Estados miembros de la OEA – éste de 30 de mayo de 2016 y aquél de 14 de marzo de 2017 – no hacen sino desviar o diluir – ¿interesadamente? – la cuestión de fondo, crucial para la vida del Sistema Interamericano y su razón de ser.
Decir que hay o no votos para acompañar las recomendaciones de Almagro equivale a la cínica respuesta del delincuente quien se mira descubierto y se burla de sus acusadores: ¡Preséntenme las pruebas! O al caso les pide que lo lleven ante el juez, seguro de que no le condenará. Es su coludido, beneficiario de sus crímenes y corruptelas.
Almagro, no me canso de decirlo, recibe su mejor elogio de quien –el expresidente Mujica- luego de años de amistad y al decirle que su relación llega hasta allí por haber dicho del régimen de Maduro lo que dijo y ahora completa, agrega lo esencial: ¡Es un esclavo del Derecho! Es un sirviente de los principios.
Almagro, sin titubeos, disecciona con escalpelo diestro el diálogo de utilería, parcializado e ilegítimo, que impulsan los expresidentes José Luis Rodríguez Zapatero, Leonel Fernández y Martín Torrijos, todos de mano del expresidente Ernesto Samper para apuntalar a Nicolás Maduro y los suyos, denunciados por vínculos con el narcotráfico y el terrorismo. Es un libelo, asimismo, dirigido a los gobiernos americanos y a sus presidentes en ejercicio. Si bien señala a Maduro antes lo hace con la lenidad y el silencio de los que, sabiendo lo que ocurre en Venezuela, optan por mirar de lado con excusas inaceptables: que si cabe esperar por la gestión de Zapatero, o que si dejar que sea el Vaticano el que fije el punto de inflexión al respecto.
En los días recientes, al establecimiento político y democrático del continente se le ha sometido a una prueba diabólica. Los gobiernos del socialismo del siglo XXI, tras la excusa de su servicio a los pobres, muestran sus manos e instituciones enlodadas, emporcadas con los dineros corruptos de la ODEBRECHT. Pero como siempre ocurre con las mafias criminales y las políticas, ellas cometen sus crímenes o tropelías y se blindan de antemano. Corrompen a la vez – lo he dicho – a sus posibles y futuros juzgadores, a sus adversarios, neutralizándolos, haciéndolos cómplices.
¡Que si Lula y la Dilma están comprometidos!, al caso lo están junto a quienes los echan del poder; tanto como al igual que los miembros del inenarrable régimen venezolano reciben dineros de la contratista brasileña también los dirigentes de la campaña de Santos, en Colombia, tuvieron su parte.
Nada distintos son, cabe señalarlo, los dineros de la corrupción administrativa de los que reciben de los cárteles de la coca los generales venezolanos puestos al descubierto por la DEA, y que a la par recibe, en su momento, el dialogante mayor y cancerbero del chavismo, Samper, ex Secretario de la UNASUR, como candidato presidencial.
No repetiré lo que todos a uno sabemos en las Américas. El régimen de Maduro rompió el hilo constitucional y democrático; acabó con las elecciones; tiene presos políticos y los tortura; cerró la prensa libre o la compró con sus testaferros; hizo del Estado una empresa al servicio del narcotráfico vecino y la lavandería de sus dineros manchados de sangre; ha hecho del país que desgobierna el más violento del mundo, tanto como lo ha empobrecido a niveles de Burundi.
Lo que importa, al término, es lo vertebral. Almagro pide de los actuales gobernantes una regeneración colectiva y poner de lado la cultura del cinismo. Les exige hacerlo con el coraje de quienes redimen y refundan sociedades: “Sería inmoral que las acciones políticas que se instrumenten y ejecuten hoy en Venezuela sean simplemente movidas de fichas en un tablero que pretendiera disfrazar de democracia un país que sufre la violación sistemática de los derechos humanos de su pueblo”.
No se trata de votos más o de votos menos. O todos volvemos a los caminos mínimos de la decencia, o nos enterramos todos en los miasmas y otra vez mancharemos las páginas de la historia regional. Atrás quedarán, como pequeñas y anecdóticas, las dictaduras del Cono Sur, los genocidios de los Castro, o las guerras centroamericanas.