(Capítulo final)
“El hombre siempre está dispuesto a negar todo aquello que no comprende”. (B. Pascal)
El totalitarismo es un azote antihumano, antidemocrático, alterador de las normas de la vida en común, de la raza, del idioma, la religión, la prensa libre, la educación, el orden y pensamiento diferente. Todos conocemos el odio implacable que profesan los intolerantes fanáticos a los que abandonan su secta, su partido o su grupo, igual que a los se niegan unirse a sus filas.
Creada la Reforma Protestante, arreció el odio de la iglesia fomentando el miedo en la sociedad y arremetiendo cruelmente contra los focos protestantes. El surgimiento del movimiento de la Contrarreforma igual que la Reforma, tuvo sanguinarios y tristes resultados: frenó el avance del saber humanístico, fue el Papa del momento el creador de la imagen de un Dios terrible, desde entonces se aplicó la inquisición para frenar el aumento de “los herejes” y castigar a los que se retiraran de sus filas. Se cometieron bárbaras injusticias, fueron igualmente contra la ciencia, prohibiendo leer libros científicos de hombres sabios como Galileo. Aquí se puede ver el odio y la extrema intolerancia, la misma que Venezuela padece desde hace casi veinte años, persiguiendo, torturando, encerrando, negando comida, salud, beneficios, derechos civiles y libertades a sus oponentes ; igual que en la época inquisidora aquí se invaden, se confiscan propiedades, incitando al odio contra cualquier disidencia.
Respecto a los escépticos, hay algo que nadie puede discutir ni ponerle su tinte preferido: A la excelencia de la Creación. Lo que es perfecto no puede venir de algo confuso, desordenado e inestable. En este lío el hombre lleva siglos y siglos, por un lado utilizando a Dios para someter, por otro se la pasa investiga que investiga el misterio de Dios en perennal insomnio desde que la razón con su tridente, líneas profundas cinceló en su frente.
Volvamos los ojos hacia los errores y horrores de ayer, para no caer en las mismas trampas y fanatismos. La maravilla de vivir en paz tolerándose mutuamente tiene como objeto lograr que puedan vivir juntos, respetándose tanto el hombre creyente, como el hombre vil y el ateo. La intolerancia no produce más que sectarios, hipócritas, aparentes y amotinados. Para ganar seguidores, más vale la persuasión que la obligación, la fe como la falta de esta no se impone a golpes y ofensas, se inculca.
Pocos países han logrado superar sus intolerancias y salir airosos, aceptando que unos y otros son diferentes, creen diferente, sueñan diferente, deciden diferente. La violación de la libertad y derechos fundamentales de las personas en política o religión, obliga a no quedarse inerte y actuar ante tales violaciones.
Respecto al niño malcriado y caprichoso, somos los adultos quienes lo convertimos en exigentes. Cuando todo se lo damos satisfaciendo todos sus caprichos, ya adulto, es esta una actitud permanente y sin freno; esta complacencia exagerada sin exigir nada, es lo que forma el tirano del futuro que no respeta ni a sus propios padres. El ejemplo educa más que las palabras.
Salgamos de esta letal intolerancia de aceptar que obliguen a millones de venezolanos a hundirse en la miseria, el hambre y la aflicción. Fuera de esta caverna encontraremos el brillo del sol, de la compasión, de la paz, la libertad y la fraternidad. La tolerancia estriba en el progreso de todos, la intolerancia destruye lo hermoso de la existencia, sus alegrías, sueños, derechos y libertades.
