Tenemos más de siete años sometidos a una incesante cantaleta sobre una fulana “guerra económica”, paranoica narrativa inventada por ñángaras para explicar al difunto mandatario sus fracasos en materia económica.
A estas alturas la abrumadora mayoría de la gente sabe que la única “guerra económica” que hay en Venezuela es la que un puñado de ineptos y rojitos trasnochados le tiene declarada a todo lo que huela a iniciativa individual, productividad o eficiencia.
Según la mitología asiduamente cultivada por los parásitos del desaparecido caudillo esa mitológica “guerra” viene promovida desde un llamado “imperio” que desea apoderarse de las “mayores reservas petroleras del mundo”.
Lo cierto es que nuestra producción petrolera está en caída libre y rígidamente comprometida por adelantado mientras otras reservas energéticas mucho más rentables -Esequibo, Alaska, Mediterráneo oriental– van en vertiginoso ascenso. Los crudos pesados venezolanos podrían quedar varados bajo tierra por siglos.
El resultado de las anacrónicas políticas impuestas por un minúsculo grupo de termocéfalos está hoy a la vista de todos: Colas omnipresentes, gente hurgando en la basura, hambre, escasez, insalubridad, corrupción. La única respuesta de un sistema estéril e improductivo: Bolsas de comida de limosna para sus amigos y más cháchara sobre “guerra económica”.
Se agotan los recursos para sostener los delirios de grandeza del finado dirigente, y por allí se irán esfumando múltiples “alianzas” de conveniencia establecidas en el Caribe y otras partes del mundo.
Mientras, siguen pendientes las facturas generadas por una delirante melopea geopolítica. El país está postrado económicamente y esto es apenas el comienzo.
Ahora, aparece Trump. Si algún presidente norteamericano ha llegado a la Casa Blanca con experiencia práctica sobre la manera de emprender una auténtica guerra económica es su nuevo ocupante.
Pocos hay como el duro empresario para detectar las vías de oxígeno de un régimen parapetado fundamentalmente en apoyos subsidiados, aliados comprados, corruptelas, y complicidades.
Este mandatario tiene temperamento para identificar el nervio que más duele al régimen, revertir el uso del petróleo como arma económica, y aplicar alicate sin compasión:
Imponer una sobretasa al petróleo venezolano, prohibir su compra, cortar el envío de suplementos para producirlo, o intervenir las refinerías de crudo pesado en su territorio.
Quienes hoy berrean sobre una quimérica guerra económica pronto podrían toparse con uno que diga: ¿Querían caldo? Pues aquí van tres tazas.
Antonio A. Herrera-Vaillant
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