El término “maestro” es uno de los más utilizados en las sociedades modernas ya que con él nos referimos tanto a las miles de personas que tienen el oficio de enseñar en las instituciones escolares como también a otras que tienen maestría y habilidades en un oficio y hasta con cariño y respeto llamamos así a las personas de cierta edad. Y es que en efecto el maestro es una concepción que va mucho más allá del estricto proceso enseñanza –aprendizaje en un aula de clases. La escolaridad moderna , que en el mayor de los casos llega a tres siglos, nos ha hecho ver a la educación solo circunscrita a un espacio físico llamado escuela (desde el preescolar hasta el doctorado) esta sistematización necesaria para el desarrollo del sistema capitalista y la formación de los estados nacionales creó una ruptura entre el proceso educativo y el resto de la sociedad colocándolo en muchos casos como un sistema aparte, cuando en realidad toda la sociedad (familia, escuela, comunidad, trabajo, recreación, deporte, medios informativos, entre otros) forma parte de este proceso educativo.
Hace 115 años, el 14 de marzo de 1902, nació en La Asunción Luis Beltrán Prieto Figueroa. Hablar del Maestro Prieto Figueroa es referirse a uno de los hombres más importantes del siglo XX venezolano, como si fueran poco sus aportes en el área educativa, con la cual normalmente se le identifica, logró llevar su accionar y pensamiento a diversas áreas del saber y del acontecer político social. Hoy que tanto se cuestiona a los protagonistas de la democracia en el siglo XX, el maestro Prieto Figueroa es sin la menor duda uno de esos hombres que debe ser rescatado por su intachable hoja de servicio, su posición abnegada, la incorruptibilidad y humildad que siempre lo caracterizó.
Un hombre que en su larga trayectoria política de más de seis décadas tuvo una hoja de labor intachable. Si en un difícil ejercicio imaginario borráramos los aportes educativos y socioculturales del maestro Prieto y nos dedicáramos solamente a evaluar su labor política, ya esto le da suficiente meritos para ser considerados uno de los hombres más importantes del siglo XX. Quienes tuvimos la oportunidad de conocerlo ya en sus últimos años de vida, pudimos constatar la humildad económica en la que vivía, en una casa que si bien está ubicada en una zona selecta de Caracas, cuando la compró en los años cuarenta quedaba en las afuera de la ciudad y solo pudo terminar de pagar el crédito con que la adquirió en 1964. A su muerte, en 1993, solo esta vivienda y un arsenal de libros fue lo que dejó a sus hijos. Qué diferencia con respecto a quienes hoy en poco tiempo al servicio de la administración entran pobres y salen ricos, a costa del presupuesto nacional. La trascendencia de la obra espiritual y material de Luis Beltrán Prieto Figueroa no tiene discusión, no solamente sus libros siguen siendo materia obligatoria para quienes tienen el oficio de la educación, sino que su aporte institucional dejó la semilla de instituciones que aun hoy perduran, en demostración de que su creación no fue producto de los caprichos y demandas momentáneas.
En el debate actual sobre el papel de la educación, el rol del docente y la escuela, la responsabilidad social de las universidades, Luis Beltrán Prieto Figueroa sigue siendo una fuente privilegiada para conseguir asideros y soluciones ante la crisis. Sus obras completas deben ser lectura permanente de quienes tenemos el sublime ejercicio de la actividad docente, pero además, su forma de actuar, su compromiso con la realidad latinoamericana debe ser motivo de inspiración para quienes tienen responsabilidades e injerencia en los asuntos de Estado. Muchas de las instituciones a las cuales dio vida siguen vigente como demostración de su capacidad para traspasar el tiempo en el cual vivió. El mayor homenaje que podemos hacerle al maestro Prieto Figueroa es la discusión de sus obras en nuestros ambientes de clase. Prieto Figueroa siempre concibió al maestro como una extensión de la comunidad, un educador y una educación comprometida con la realidad:
“La pedagogía marca un camino, señala orientaciones generales, pero el maestro antes que pedagogo debe ser un hombre, un hombre de su tiempo, con las angustias y preocupaciones de su momento histórico(…) Ser maestro a esta hora agónica del mundo es una responsabilidad grande y quien la asuma ha de tener pleno conocimiento de la contribución que presta para que los hombres alcancen mayor conciencia de la misión que cumplen en el mundo, con el fin de que los mecanismos que desaten no rompan el proceso solidario de la vida y para que la ciencia trabaje en beneficio del hombre y no en contra del hombre, a fin de que la técnica se humanice “(1989. p.77).