A los 33 años Natalia Pérez Colmenárez comenzó a andar por la ciudad en bicicleta. A los 36 la tomó como único medio de transporte y como una forma de drenar los sentimientos que se le agolpaban después de divorciarse. Hoy, tres años después de esa determinación, es @mamaciclista en las redes sociales y en las calles de Barquisimeto, una mujer nada corriente por movilizarse en bicicleta junto con su hija de tres años sentada en un minúsculo asiento fijado sobre la rueda trasera.
Una forma de trasladarse que comenzó “para despejar la mente”, como ella lo define, germinó hasta desechar por completo la idea de movilizarse en carro particular o unidades de transporte público, pues andar en bicicleta más allá de un pasatiempo, es para ella una opción rápida, sustentable y confiable de circular por la ciudad.
Al principio solo lo hacía para regresar a casa del trabajo, porque le resultaba tedioso demorarse dos horas en transporte público desde el oeste al este. En bicicleta descubrió que solo tardaba media hora. Después, la comenzó a usar para salir a resolver tareas rutinarias y quedó prendada de su nuevo vehículo.
Lleva a su espalda una pasajera de casco rosado con azul y atada con un cinturón en una silla porta bebés que compró a través de internet. Alessa, su hija menor, la acompaña desde que tenía seis meses de nacida. Primero, lo hacía solo en paseos nocturnos organizados por el grupo Ciclistas de Lara y conforme se nutrió de confianza se atrevió a salir sola a recorrer el este de la ciudad, donde tiene domicilio, y a hacer diligencias en el centro. Ahora, ahorra dinero del pasaje para llevar a la niña al preescolar y a las clases de gimnasia tres veces a la semana.
“Ya le perdí el miedo a la calle”, suelta con un tono robusto de confianza. Después de que le robaron un carro, encuentra más seguridad manejando en dos ruedas.
Conduce impávida sobre el asfalto. Sostiene con firmeza el manubrio, no la altera ser inferior en tamaño respecto al resto de los vehículos en las avenidas ni le preocupa sudar en el camino y su pequeña acompañante parece recibir esa energía, como si adicional al cinturón que la atenaza conociera la protección natural de la madre.
Antes de recurrir a la tracción a sangre para movilizarse, Pérez memorizó las reglas de circulación de los ciclistas y también las de protección. Por eso, nunca sale sin casco, ni siquiera para trayectos cortos como ir hacia la panadería. Por la misma razón, nunca deja de avisar con los brazos a los choferes cuando va a cruzar o a continuar en línea recta. La experiencia, además, la ha llevado a concluir que es mejor no orillarse en la vía.
Ya no necesita un banderín de Hello Kitty para hacerse notar. Los conductores respetan su espacio en las avenidas y los motorizados la protegen. “La gente se ha acostumbrado a verme”, reconoce.
Cuando Pérez pedalea camino a su casa aparecen muestras de la simpatía que despierta entre los transeúntes. Hombres y mujeres sonríen cuando la ven pasar. Algunos la miran con disimulo y otros tantos la siguen con ojos sorprendidos. Hay personas más expresivas que la saludan aunque no sepan su nombre y le dedican palabras de ánimo.
En una ocasión, rememora la madre, un asiático iba al volante de un carro cuando la vio. Detuvo la marcha para profesarle admiración por ir en bicicleta junto con su hija, pues esa, al modo de ver del hombre, es la forma adecuada de educar a los niños en cuanto al cuidado del ambiente.
Pérez, cuando anda en bicicleta, tampoco necesita tocar la bocina para hacerse notar. El hecho de ser mujer y llevar una silla con una bebé sentada detrás es una alarma instantánea. No conoce ninguna mamá que haga lo mismo con sus hijos pequeños. Sí hay hombres, pero solo lo hacen en paseos grupales, nunca para tareas rutinarias.
Desde el camión de bomberos municipales la saludan con la corneta y los funcionarios se apresuran a asomarse para ver sonreír a la pequeña gimnasta, relata Pérez. La misma muestra de afecto la recibe del equipo de Protección Civil que la ve pasar cada mañana cuando va a dejar y a buscar a la niña en el colegio.
Esta madre de dos hijos que trabaja desde casa como estilista está satisfecha con el estilo de vida que lleva desde que decidió comprarle una bicicleta al vigilante de su condominio. No ha sufrido “ni un susto” manejando. Solo conserva un deseo: “Que la gente me vea como algo normal, no como un extraterrestre, sino como una persona con derecho a circular en la calle”.
Lo confiesa inadvertida de la diferencia que ya ha marcado entre los larenses. Su atrevimiento pudiera masificarse, pues, recientemente, docentes de una escuela, en Cabudare, la invitaron a dar una conferencia sobre la bicicleta como medio de transporte para madres.