Escasas referencias encontramos en la bibliografía larense sobre la celebración del Carnaval, fiesta de origen pagana traída por los navegantes españoles y portugueses, a la cual algunos historiadores consideran de origen africano, y que de allí se expandió a Europa y Asia.
Las celebraciones en honor a Baco, dios romano del vino, las saturnales y las lupercales están íntimamente relacionadas con el desafuero propio de los carnavales refrendado en el disfraz y el antifaz. El carnaval de Venecia, uno de los más antiguos, data de finales del siglo XIII. En América son famosos los de Río de Janeiro y los de Barranquilla.
Es la primera de tres fiestas religiosas que celebramos, aparte de Semana Santa y Navidad. Luego del derrape que simbolizaba el carnaval: lanzar agua, huevos, serpentinas, papelillos y caramelos, objetos que hoy en día atraerían multitudes de solo anunciarlos, se inicia la Cuaresma que tiene lugar el Miércoles de Ceniza, puesto que el Carnaval define la fecha de todo el calendario cristiano: a los cuarenta días se inicia la Semana Santa.
Periódicos del siglo XIX informan de las celebraciones que en 1880 recorrían las calles empedradas con carrozas tiradas por caballos y mulas, siendo Antonio María Pineda uno de los promotores. Pero fue durante el siglo XX con la tardía modernidad que adquirió renombre el Carnaval. Los medios impresos más importantes del momento, refieren que fueron los de 1928, los más espléndidos carnavales que haya disfrutado Barquisimeto.
Se iniciaron el sábado 18 de febrero con una escaramuza en la plaza Bolívar –actual plaza Lara-; en la noche tuvo lugar la coronación de la Reina de los carnavales Amalia I, en el Teatro-Cine Bolívar, luego se proyectó una película y se jugó carnaval. Seguidamente su Majestad ofreció una copa de champagne al público asistente y de allí la concurrencia se dirigió al “Centro Social” donde se bailó hasta el amanecer del domingo.
Se realizaron desfiles, carreras de vehículos, comparsas, concursos de disfraces, carreras de burros y de ciclistas, se iluminaron las calles, durante el asueto que clausuró el martes en la noche con un fastuoso baile. El comité organizador lo presidía Honorio Sigala. A los pocos meses se alzó el general Gabaldón y con él llegó Eustoquio Gómez que prohibió las celebraciones. “La Sagrada” suerte de guardia pretoriana que lo protegía, acabó a plan y garrote las pretensiones de payeros y sanjuaneros de celebrarlo en 1929.
Para el cuatricentenario de la ciudad se celebraron fiestas de carnaval con comparsas y desfiles que recorrían las recién estrenadas avenidas y calles y se mantuvieron por varios años. Juancho Alvarado era uno de los promotores.
Bajo el pomposo nombre de los “Carnavales Internacionales de Barquisimeto” a inicios del actual milenio, se armó una celebración con más de cien carrozas con la carrera 19 de epicentro, que perduró durante la gestión del alcalde de entonces, se extendió a estadios y coliseos, se derramaba papelillo y serpentinas suficientes para hacer cien mil cuadernos, cinco mil ejemplares de una enciclopedia del estado o diez mil mapas del territorio larense.
Al tanto, la celebración se extendió a pueblos y ciudades del interior del estado, que adquirieron celebridad como los de El Tocuyo y Quíbor, por el empuje de organizaciones y gobernantes.
Hoy en día la crisis que nos agobia hace impensable celebrar con la pomposidad de otros tiempos las fiestas de carnaval y queda el simple y diminuto recuerdo de alegres momentos en los cuales multitudes reclamaban un espacio para despersonalizarse a través de disfraces y caretas, hoy en día tan comunes, que no requerimos de carnaval para exhibirlas.