El pasado 23 de enero, los venezolanos observamos una cadena nacional de radio y televisión desde el Panteón Nacional, con motivo del sepelio del exdiputado al Congreso Nacional y comandante guerrillero Fabricio Ojeda. En esta extensa alusión, los miembros del buró político del PSUV, conocidos por algunos simpatizantes como los «Socialistas trasnochados», rindieron un prosopopéyico homenaje al mártir del PRV.
Partido que surgiera en el año 1965, a raíz de los desacuerdos tácticos en el seno del PCV y el MIR. Este episodio de la historia ha sido abiertamente recopilado por historiadores como Pedro Pablo Linárez, así como ha sido descrito por los propios milicianos de las guerrillas urbanas y rurales que minaron a Venezuela en la década de los 60′
En tal sentido, las divisiones internas, las ambiciones de poder, la distribución desproporcionada de los recursos económicos y logísticos, así como las concepciones filosóficas diversas, llevaron a que Douglas Bravo, Luben Petkoff, y el fallecido Fabricio Ojeda, dieran rienda suelta a la formación de esta célula radical de las fuerzas guerrilleras venezolanas, que eran apoyadas y financiadas desde Cuba por los hermanos Castro.
En los escritos de la época quedó constancia fiel de éste apoyo por parte de la isla caribeña a los alzados en armas, a tal punto que les fue concedida una expedición conformada por 15 milicianos cubanos que desembarcaron por las costas de Chichiriviche, para internarse en los más profundo de las serranías falconianas y generar la fuerza moral e ideológica suficiente para derrocar al gobierno constitucional de Raúl Leoni.
Volviendo al sepelio de Fabricio Ojeda, se trató de un acto solemne que estuvo marcado por el protocolo militar, aunque en algunas escenas ciertos invitados especiales que pertenecieron a las Fuerzas Armadas de Venezuela, como el General Jacinto Pérez Arcay, se abstuvieron de aplaudir fervorosamente y rendir tributos castrenses, exclusivos para ésta cúpula, muy celosa de sus protocolos y honores.
Por otro lado, entre los oradores se encontraron José Vicente Rangel, el embajador Alí Rodríguez Araque, entre otros personajes de la izquierda nacional, quienes se refirieron al suicidio o presunto asesinato, como el móvil del fallecimiento del creador de la junta patriótica. En sus esbozos impregnados de recuerdos de aquellos años libertinos en las montañas venezolanas, ellos se referían a que la muerte de Ojeda se trató de un asesinato orquestado por la CIA y el Gobierno de Estados Unidos, pero en los registros históricos que recopiló en su momento Pedro Pablo Linárez en su libro La Insurgencia Armada en Venezuela, se deja entrever la posibilidad que la captura y el asesinato de Fabricio no fuera orquestada desde el extranjero, sino una teoría más probable y cercana al difunto.
Según éste, se trataría de una delación por parte de su compañero de lucha armada, Douglas Bravo, un hombre que siempre fue conocido por su carácter inestable y un sentido mesiánico y exagerado para un socialista confeso. Para otros investigadores como Blanco Muñoz, la verdadera causa de la muerte de Ojeda fue la reportada por el Estado venezolano, un suicidio en su celda, tras sufrir un ataque de depresión por haber sido capturado en un momento decisivo de la lucha armada.
Algunos teóricos de la conspiración más osados apuntan a que reo fue asesinado tras haber recibido fuertes torturas en la sede del Servicio de Información de la Fuera Armada (SIFA), hasta el punto de especular que su muerte fue inducida por la ingesta forzada de barbitúricos.
Lo que sí es cierto, es que Fabricio Ojeda falleció un 21 de junio de 1966, y los turbios hechos que rodean su muerte deben ser investigados por los cuerpos de justicia correspondientes, para de una vez por todas aclarar qué sucedió en las celdas del SIFA, y cerrar este capítulo de la historia contemporánea de Venezuela, y sea la propia historia la que se encargue de absolver o disgregar el legado este hombre que murió en tiempos de guerrilla.