Una concepción práctica de partidos políticos es considerarlos como organizaciones de interés público, compuestos por ciudadanos dedicados a diversas actividades, a través de las cuales se satisfacen los derechos individuales de sus integrantes y cuyo fin es buscar la conducción del Estado. Así como la familia es la célula fundamental de la sociedad, ellos lo son para la democracia.
De la definición destacamos que no pueden ser dedicados a la explotación de un interés económico o privado; para eso son las compañías mercantiles. No deben destinarse a agrupar personas con una actividad común, lo que corresponde a las cámaras, gremios y sindicatos. El único derecho homogéneo entre sus integrantes es el constitucional de asociación. Su fin supremo es la conducción del Estado. Los ciudadanos que tengan uniformada la afición por actividad altruista, deportiva o artística, pueden escoger entre constituir una fundación o una sociedad civil.
En retrospectiva, pienso que la falta de partidos políticos fortalecidos y consolidados, durante la segunda mitad del siglo XX en Venezuela, fue la falla más grave de una democracia que ahora podemos calificar como frágil. Acción Democrática, el de mayor base popular inicial, controló la dirección del mismo, valido de una poderosa maquinaria que pregonaba y, en efecto luchaba, por democracia para los venezolanos, pero mantenía férrea dictadura dentro del seno del partido.
El máximo líder en Copei, de sólida formación social cristiana, política e intelectual, el Dr. Rafael Caldera, impidió la renovación de su partido con el necesario relevo generacional, negándose a respaldar para las elecciones de 1988 al Dr. Eduardo Fernández, no obstante el contundente e inequívoco pronunciamiento interno en la Convención Nacional de su organización. Este hecho, en mi criterio, fue medular y trágico en la historia política contemporánea de Venezuela, porque dio pie a la reelección presidencial y a la decepción popular que nos condujo al militarismo como quimérica solución a la crisis. El socialismo no llegó a consolidar una organización competitiva porque escogió muy temprano el camino de la fuerza, la guerra de guerrillas, repudiada por el grueso de la población venezolana.
Durante el siglo XXI el escenario lo copan el PSUV y los grupos que le dieron origen. El concepto de partido lo trastoca el orden militarista y el hecho de confundirse con la estructura oficialista. Es legítimo que el partido aspire a gobernar, pero no puede constituirse en el Estado mismo. El gobierno es un elemento del Estado, organización jurídico política cuyo interés y fines sobrepasan los del partido, correspondiéndole, a su vez (al Estado) buscar el bienestar de la Nación como ente sociológico, integrado por un conjunto de personas con vínculos históricos, culturales, religiosos, raciales, parlantes del mismo idioma y que sufren las mismas penurias y angustias. Por eso no se puede ofrecer el Carnet de la Patria a unos y la cédula de identidad a otros, como forma de deslindar entre quienes pueden recibir determinados beneficios económicos o sociales y prerrogativas exclusivas. El carnet lo puede dar el partido, no el Estado.
La Mesa de la Unidad Democrática no caracteriza el concepto de un partido político, sino que constituye un archipiélago de partidos confederados. Ella es producto necesario del acoso sufrido por la Nación venezolana de parte del gobierno–PSUV, que utiliza los recursos públicos para ese hostigamiento. La MUD es una necesidad circunstancial, coyuntura a ser interpretada y respetada por muchos coroneles sin tropa, quienes deben ayudar como comandados y no como comandantes, hasta que volvamos a circunstancias sosegadas y de paz republicana.
El CNE–gobierno-PSUV–Estado con mucho temor e infinita rabia se ha visto obligado (sic, en singular) a permitir la apertura de un espacio para la reconstrucción de los partidos políticos, hecho que debe ser apoyado por los ciudadanos, cada uno dentro de los límites de su conciencia. Ya determinarán en el futuro inmediato cuál es la estrategia y coaliciones que se deban hacer, para lograr el fin común de rescatar la verdadera democracia. Después cada partido se encargará de crecer, de fortalecerse, de elaborar y respetar sus estatutos internos para evitar los graves errores cometidos en el atardecer del siglo XX en Venezuela. ¡Dios cuide a los partidos políticos!