Me pregunto si los menesterosos han dimitido de su papel, o sea exclamar, de pedir auxilio en el sentido de tomar la voz de quienes la tienen cuando otros mandan y humillan.
Quizás habrá un momento en que los poetas no escriban para la gente, sino para los demás poetas, porque los pobres ya no sienten los versos que convertidos en medicinas fortificaban el alma. “Que triste se oye la lluvia en los techos de cartón”, grabó el cantor del pueblo Alí Primera.
Estamos en un país en el cual, según decía Augusto Mijares, escritor, historiador y educador venezolano, nos empeñamos a veces en vivir el mito de Sísifo.
Sísifo fue aquel personaje mitológico a quien condenaron los dioses a subir una roca muy pesada desde la base de un cerro hasta la cúspide, pero cuando va llegando a coronar su empresa, se cae la roca y tiene que volverla a levantar desde abajo.
Rafael Caldera durante su primer mandato tuvo un espacio televisivo, que luego se copiaron los gobernantes de turno con títulos diferentes, el cual llamó “pregúntele a Caldera, o pregúntele al Presidente”.
A Nicolás Mauro, simplemente le preguntaríamos cómo quisiera que muriéramos los venezolanos: de hambre o enfermos, interrogante mordaz creada por su gobierno ante la escasez de alimentos y medicinas, entre muchas otras cosas.
Ante la insuficiencia de fármacos han aparecido productos de elaboración extranjera traídos desde Portugal de un laboratorio llamado Glupharma, vendidos en Venezuela a precios exorbitantes, quizás por su importación a dólar libre.
Tabletas conocidas como losartán potásico, antihipertensivo indicado en el tratamiento de elevada tensión arterial e insuficiencia cardíaca, desaparecidas de los laboratorios venezolanos.
Una firma llamada Doropharma, establecida en el Estado Falcón, surte además, con toda su permisología a boticas venezolanas un anti inflamatorio de nombre nimesuline y un antibiótico, azitromicina.
Esos remedios, específicamente los antihipertensivos, tienen un costo que oscilan entre 27 y 45 mil bolívares.
En Venezuela, el 75 por ciento de los venezolanos ganan el sueldo mínimo, sin incluir jubilados y pensionados, y 50 de cada 100 sufren de tensión alta, una de las cifras más empinadas en Latinoamérica.
En una regla de 3 simple, quiere decir que si el salario es de 40 mil, o comemos o compramos pastillas. Si comemos, morimos de un ACB o un infarto, y al contrario, de hambre.
Usted decide señor Presidente, a menos que el famoso carné de la patria alargue nuestra existencia.
En postes y árboles de la céntrica avenida Bolívar de Valencia han aparecido colgados carteles caseros que cuestionan su uso en tono sarcástico.
Ante el desabastecimiento de alimentos y medicinas, en un improvisado trozo de cartón podía leerse: “¿Tienes hambre?, cómete tu carné”; “¿te van a robar?, saca tu carnet”; “¿sin luz?, enchufa el carné”; “¿no tienes pastillas?, muérete con el carné”.
A pesar de la depresión económica y crisis humanitaria que han generado los 18 años de chavismo, el vicepresidente, Tareck El Aissami, señaló que el carné “nos va a permitir configurar y desplegar el socialismo en el territorio.”
¿Con qué se come eso?