#Editorial: Tiempos de letargo

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Unos días después de que el presidente Donald Trump firmara una orden que prohibía la entrada temporal a EEUU de refugiados sirios, así como de ciudadanos de siete países de mayoría musulmana, un juez la bloqueó.

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Operó la división de poderes. El fiscal general del estado de Washington, Bob Fergunson, se encargó de recordarle al intemperante mandatario republicano, que nadie está por encima de la ley, ni siquiera él.

Esos mismos días, en Caracas, Nicolás Maduro asistía en el TSJ a la apertura del Año Judicial 2017, y allí, rodeado de magistrados que arrogan el papel de interpretar, reescribir y hasta torcer el espíritu de la Constitución, anunció la “Gran Misión Justicia Socialista”. Y algo tan grave como eso de oficializar la unión concubinaria de la justicia con la casta política en el poder, no provocó ninguna reacción entre aquellos jueces, uniformados en las togas de su connivencia, ni en el resto de una sociedad que lo acepta todo con muda resignación.

Sucesos que en cualquier otra parte del globo terráqueo estremecen a la opinión pública, aquí pasan inadvertidos. Nada nos escandaliza ya. Una televisión entretenida en sus cursilerías y disquisiciones sobre el horóscopo, se resiste a hacerse eco del drama de todos los días. El miedo se ha emparentado con el acomodo, con ese cómplice dejar pasar, a la espera del milagro de los cielos.

Ni los alertas en torno a la hambruna en puertas nos sacan del letargo. Tampoco la impiedad del Gobierno al rechazar la donación de medicinas en que ha insistido Brasil. En esa misma línea de pasividad, ningún despacho oficial se ha sentido obligado a darse por enterado de la denuncia de Misael López, ex funcionario de la embajada de Venezuela en Irak, según la cual visas y pasaportes venezolanos habrían sido vendidos en la sede diplomática de Bagdad, hasta caer en manos de agentes del terrorismo internacional. Eso, mientras aquí se les niega ese documento a ciudadanos honestos, “por falta de material”.

Otro tanto ocurre frente al caso de corrupción que involucra al consorcio brasileño Odebrecht. Pese a la quiebra institucional que sacude al gigante de Sudamérica, la justicia dio muestras de existir. Marcelo Odebrecht, el antes intocable dueño de la empresa, fue imputado, pidió perdón y cantó de lo lindo en los tribunales, con la esperanza de una rebaja en la pena. Allá la prensa calificó su detallada revelación de los sobornos prodigados a políticos y agentes públicos de 12 países de América Latina y Asia, como “La confesión del fin del mundo”.

El expresidente peruano Alejandro Toledo ahora es rastreado por la Interpol. El contrato del Gasoducto del Sur fue cancelado. Juan Manuel Santos, en Colombia, tiene una explicación pendiente sobre los fondos de su campaña, en 2014. La investigación hace estragos además en Argentina, Guatemala, Ecuador, Panamá, República Dominicana. Pero en Venezuela, donde entre los años 2006 y 2015 se habrían repartido unos 98 millones de dólares en sobornos a funcionarios de alto rango, para la obtención de contratos de obras, la única versión oficial es la que acaba de largar el Presidente: “Odebrecht se autodisolvió, como la MUD”, especuló, como si de análisis tan superficial y elusivo se tratara.

Sin decir una sola palabra acerca del tema de fondo, tranquilizó a la nación de esta forma: Los trabajos de Odebrecht serán culminados con “trabajo nacional”, porque “eso es cabilla y cemento, y eso lo saben hacer los venezolanos”.

En Venezuela, donde además es falso que se disponga de cabilla o cemento, el Sebin produjo cuatro detenciones, en el Zulia, pero de periodistas que investigaban el estado de una de las obras concedidas con supuesto fraude a Odebrecht: el puente de Nubia. Son 40 obras en total, 8 de las cuales están paralizadas.

Y, para completar la decepción, si es verdad que el Gobierno tiene esa actitud, indolente, irresponsable, no resulta más alentadora la conducta de la coalición opositora, que no termina de identificarse con las expectativas nacionales ni de interpretar los anhelos más sentidos de un pueblo fatigado por la frustración. Ahora hasta se habla de divisiones en los partidos, en el intento de crear otros, fruto de rupturas más propias de ambiciones y egos, que de amor por esta patria.

Sin duda son tiempos de letargo los que vivimos. Tiempos marcados por un embotamiento vergonzoso.

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