Cuando yo estaba en la universidad, un compañero me invitó a jugar dominó. Yo no había jugado desde que era una niña y mi experiencia se limitaba a colocar blancas con blancas, unos con unos, dos con dos y así sucesivamente. Comenzamos a jugar y noté que nadie hablaba. Si yo hablaba, me respondían con monosílabos. En medio de ese silencio se levantó mi amigo enardecido como un Mefistófeles y me gritó: “¡Carolina, ·$%”/%, me ahorcaste la cochina!”.
De más está decir que yo no sabía ni qué era la cochina. Y no entendí por qué se había puesto tan bravo, a fin de cuentas, era un juego. Casi cuarenta años más tarde viene a mi memoria porque vivimos en un juego trancado y trancado no por enemigos extranjeros, sino por nuestros propios compatriotas. Lo que le sucedió a mi amigo cuando yo, su compañera, le “ahorqué la cochina”.
Los primeros que lo tienen trancado son los militares, cuyo deber de defender la Constitución Nacional ha sido ignorado, soslayado, desechado, desdeñado y olvidado. Estos militares de hoy son una casta distinta de aquellos que sellaron nuestra independencia, y más recientemente, de quienes expulsaron a Fidel Castro cuando quiso invadir Venezuela en los años sesenta. Estos de hoy han permitido de todo, a cambio de la ruina del país.
Pero no son ellos los únicos. El Consejo Nacional Electoral es otra de esas piedras. Nunca habíamos visto tantas marramuncias juntas para evitar procesos electorales. Jamás habíamos vivido que un derecho tuviera que exigirse, negociarse y hasta rogarse.
El Tribunal Supremo de Justicia tampoco se queda atrás. El apéndice del Poder Ejecutivo ha profundizado aquel canto de hace algunos años, cuando los magistrados dejaron atónito al mundo civilizado cantando “¡uh, ah, Chávez no se va!”.
Las dos últimas piedras de tranca son los mismos opositores. Aquellos que condenan con más fuerza a la oposición que al gobierno y que tienen sus esperanzas puestas en Trump (¡Dios nos libre!) y también la misma Mesa de la Unidad Democrática –a la que he defendido a capa y espada- que parece que le hubieran echado burundanga en la fulana mesa de diálogo. Desde entonces el país espera por directrices, acciones, hechos… y nada.
La cochina está ahorcada. La oposición necesita muchos Tigres de Carayaca para la próxima partida…