Los regímenes totalitarios son alérgicos a las críticas y muy propensos, por no decir que es lo único que les importa, a que les alaben y adulen por cada bocanada de aire que se respira, por cada gota de saliva que se traga y por cada vez que se pestañee. Hay quienes obligan a los gobernados a cantar canciones, poesías y hasta reverenciar fútiles estatuas en una especie de exaltación elogiosa del Líder Supremo.
Y aunque usted pueda suponer que en las líneas precedentes he descrito a nuestro tropical infierno venezolano, realmente me refería a ese país que colocó en el ojo del huracán a una ex miss. Es que todas las dictaduras siguen el mismo guión, no importa si ocurre en Corea del Norte o Venezuela.
Desde que la más pestilente plaga llegó al poder se ha dedicado a instaurar el terror, como política de Estado, mediante retorcidas variantes de aniquilaciones políticas que han ido desde la persecución judicial al exterminio extrajudicial; desde el simple amedrentamiento a la inhumana tortura y desde la injusta cárcel al doloroso exilio de todo el que se les oponga, lo cual han complementado con la estrategia de negar la realidad, ocultar sus desaciertos, invisibilizar a sus críticos y responsabilizar a los demás por su torpeza evidenciada en sus innumerables errores, en sus disparates discursivos y en los desatinos en sus ejecutorias.
Prohibido pensar, disentir y criticar
Será por ello que al más perverso personaje de la revolución se le ocurrió la genialidad de prohibir que en las oficinas públicas se hable del responsable de este desastre, con lo cual evidenció, primero, el retraso con que llegó, si es que lo hizo, a la repartición de materia gris y como le rellenaron la cavidad craneal con desechos ventrales y gamelote seco; en segundo lugar que en las instalaciones estatales se sabe quién es el responsable de este desastre y cuán perverso fue al transferir el poder a un troglodita social, ignorante cultural y aberrado político; y, por último, que no importa si se despotrica del descartable legatario.
Pretender que nadie vea lo que es evidente, aspirar que se puede ser feliz porque a algún idiota se le ocurrió decretarlo, anhelar una sociedad de incondicionales y eunucos mentales sin capacidad de criticar el enriquecimiento vulgar que tuvo la familia presidencial anterior o que la actual tenga miembros involucrados en el narcotráfico internacional, es propio de unos cavernícolas políticos que no viven la realidad nacional.
Decir la verdad, hablar de lo que ocurre y llamar las cosas por su nombre no es hablar mal. Decir que Hugo Chávez fue el responsable del desastre que vivimos no es hablar mal de él sino desnudar la realidad que hoy pretenden ocultar con propagandas y manipulaciones. Expresar que los sueldos son miserables, que hay venezolanos muriéndose de hambre, que vivimos una crisis humanitaria en la salud y que la inseguridad nos lleva por la calle de la amargura no es hablar mal de Chávez, más bien es reconocerle que procreó, cuidó y alimentó a un monstruo para luego dejarlo al cuidado de alguien tan incapaz, perverso y vocinglero como él.
La realidad es que han destruido al país, nadie puede decir que hay un solo indicador, ámbito o parámetro en el que hayamos mejorado en estos 18 años y por eso aquí no se habla mal de Chávez, menos se le denigra o se le calumnia, aquí se habla de la realidad y de la verdad que vivimos los venezolanos.
Llueve… pero escampa