Me dicen de la Universidad Monte Ávila que se prepara un libro homenaje a su rector fundador, el doctor Enrique Pérez Olivares y me piden un artículo para esa obra colectiva, en la cual colaborarán profesores de esa casa y de otras, como es mi caso. Acepto con mucho gusto. Para cualquiera es un verdadero honor ser parte de un merecido homenaje a este ciudadano y universitario ejemplar, y más para mí, que tuve el privilegio de conocerlo a poco de llegar a la capital y trabar con él una relación de compañerismo que siempre supo guardar las distancias correspondientes al respeto y a la admiración que le profesé.
Pérez Olivares, el joven profesor de Administrativo y Mercantil, era Decano de la Facultad de Derecho cuando entré como estudiante a la Universidad Central. No tardaría en relacionarme con él ya en mi condición de dirigente estudiantil, primero en la misma facultad y luego en un espectro más amplio, cuando el Presidente Caldera lo llamó al Ministerio de Educación, en tiempos de una crisis universitaria difícil que él supo conjurar con valores firmes, objetivos claros y gestiones a base de tacto y tino.
Después nos encontraríamos en Ifedec y en la dirigencia partidista, él siempre maestro, sereno, generoso en las orientaciones, coherente en la relación teoría-praxis. Concebía la política como un servicio, así fue miembro del Comité Nacional Socialcristiano e integró los gabinetes de los dos presidentes de ese pensamiento. Con Caldera en Educación y con Herrera en la Gobernación del Distrito Federal y el despacho de Información y Turismo.
Muchas veces conversamos. Quien escribe no podía acercarse a este hombre inteligente, sólido, respetuoso, de otro modo que el de discípulo a maestro. Defensor de la descentralización, seguro de que el proceso de redistribución territorial del poder político traería efectos beneficiosos al desarrollo venezolano, lo preocupaban circunstancias que afectaban cada vez más a la política nacional y a la partidista. Eran las “tres c”: Caudillismo, clientelismo y corrupción. Trípode de patas cojas sobre el cual se pararía nuestro sistema. Caudillismo, clientelismo y corrupción, alimentándose mutuamente, afectarían su estabilidad y, como ha quedado demostrado luego, sobrevivirían con éxito el derrumbe del sistema, para seguir agravándose y convertirse en enfermedad senil de la democracia y neonatal del autodenominado socialismo del siglo XXI, que si puede resumirse de algún modo es consumismo para los enchufados y comunismo para todos los demás.
Las jefaturas políticas mesiánicas que no aceptan límites normativos a su voluntad. El vínculo clientelar con el poder que cambia favores por apoyo. Y la corrupción que uno y otro segregan para mantenerse. Caudillismo, clientelismo y corrupción. Las tres c que carcomen un sistema político, tanto como minan las esperanzas de cambiarlo.
La democracia, el progreso, la justicia se basa, como decía Gallegos y nunca me cansaré de repetirlo, en “El imperio de las leyes bien cumplidas”. Todo lo contrario a la mandonería, aunque sea paternal; y a ese ingrediente que favoritismo o viveza, recibe en la vecina Colombia el sugestivo y pegajoso nombre de mermelada.