El cine, la literatura y el periodismo, han dado buena cuenta de la complicidad de los intelectuales de diversas disciplinas con las dictaduras y totalitarismos que en diversas partes del mundo, han contado con el apoyo irrestricto de los representantes del pensamiento científico o humanístico. También de las contradicciones vividas y resueltas, en ocasiones de manera muy dolorosa, por quienes defendieron ardorosamente en un momento posiciones políticas que al tornarse peligrosas, generó el alejamiento, a veces violento, otras pacífico, de las que fueran antes sus banderas. En el primer caso, algunos lo pagaron con la muerte, la cárcel, la exclusión, pérdida de sus derechos civiles y destierro. El segundo, con las diversas formas del ostracismo político y social, además de la culpa, diferente a la vergüenza, esa forma de pudor emocional y moral, que la hace esquiva a las mayorías.
De manos amigas recibí hace poco, un texto editado que fuera publicado en Letras Libres, bajo el nombre de La Seducción de Siracusa, por Mark Lilla, como epílogo de su libro publicado bajo el título, «Los Pensadores temerarios. Los intelectuales en la política». Texto que resume la preocupación que le llevara a escribirlo: Reflexionar sobre el papel jugado por los intelectuales europeos al creer que por haber entrado Europa a la modernidad y adoptado en consecuencia, los seculares valores democráticos, estaba inmune a la tiranía al pensar que al margen de los grados de burocratismo, condiciones crueles de trabajo y autoritarismo en las sociedades modernas, éstas no se convertirían en dictaduras similares a las de Siracusa.
¿Por qué Siracusa? Hacia allí partió Platón en el año 368 a.c., por invitación de su discípulo Dion, cuñado y amigo de Dionisio el Joven, sucesor del tirano Dionisio el Viejo. Para convencerlo, habló del interés del nuevo rey, en la filosofía, lo cual le hacía candidato a establecer un gobierno justo, de tal manera que tan sólo necesitaba, “… recibir una buena instrucción, y nadie mejor que Platón para ofrecérsela directamente”. El maestro, receloso de las buenas intenciones del futuro alumno, aceptó obedeciendo a la idea de establecer en las ciudades griegas, el gobierno de los “reyes filósofos”.
A Platón le quitaron las ganas de entrar en la vida política, el régimen dictatorial de los Treinta de Atenas (404-403 aC.) y la muerte de Sócrates, ocurrida bajo un gobierno democrático. En “La república” plantea que sólo se puede modificar la corrupción de un régimen, si se cuenta con “amigos y asociados” ,entendiendo por tales a los leales amigos desde la perspectiva filosófica, amigos de la justicia y de la ciudad. Lo milagroso sería esperar que un filósofo fuese rey o un rey, filósofo. De allí, que probablemente, según Lilla, Platón pensó que podría acercar a Dionisio el Joven a la filosofía y a la justicia, alejándolo de la tiranía.
Asunto que no resultó puesto que nadie hace nada que no esté ganado a hacer y el joven candidato a tirano, no tenía la más mínima intención de acercarse al conocimiento con el sistema argumentativo ni dialéctico, ofrecido por el filósofo para llegar a las conclusiones esperadas. Carente de disciplina y de talento, sólo le interesaron algunas nociones sostenidas “con saliva de loro” para ostentar un conocimiento somero y superficial, que a los ignorantes les parecía profundo. Ni siquiera lograron convencerlo de que las habilidades de razonamiento le servirían para gobernar sino que, por el contrario, el tirano desconfió y desterró a Dional verlo como su adversario. Platón regresaría a casa sin pensarlo mucho, pero volvería años después de nuevo por solicitud de Dion, convencido de que su rey, se interesaba de nuevo en la filosofía.
Causa perdida pues lo encontró más prepotente que antes. “La ignorancia nos hace audaces”, diríamos por acá. Depuesto por Dion, Dionisio El Joven no sólo regresó, sino que hasta fundó su Escuela de Filosofía aunque seguía siendo un tirano. Lilla afirma que “Dionisio es nuestro contemporáneo. A lo largo del último siglo ha tomado muchos nombres: Lenin y Stalin, Hitler y Mussolini, Mao y Kim, Castro y Trujillo, Amin y Bokassa, Sadam y Jomeini, Ceaucescu y Milosevic; la lista podría ser mucho más larga”. Poco espacio éste, para añadir que en su camino contaron con intelectuales que terminaron quemándose en las brasas de sus ideas, justificando las tiranías, recorriendo el camino de la política de la peor manera: la de darle valor de ideal a la pasión que sólo conduce a la muerte de las ideas.